dimecres, 15 de juliol del 2009

Amanecer



Y de nuevo se hizo visible la luz de sol.
Habían pasado exactamente 745 días desde que la central nuclear de Blayais, al sur de Francia, había explotado, dejando tras de sí una gigantesca nube radioactiva de un color gris muerte. Esa nube maldita había llegado a tapar el sol en prácticamente toda Europa Occidental en menos de veinticuatro horas. En un principio las autoridades intentaron tranquilizar a la población, pero el pánico se desató por completo a partir de la filtración de la noticia que los personajes de la clase alta habían escapado lo más lejos posible de Europa; incluso se hizo público que presidentes y monarcas habían puesto pies en polvorosa dejando atrás sus responsabilidades hacia sus súbditos.
Poco a poco, paises cada vez más alejados veían como el cielo se volvía gris y de esas nubes caía una especie de lluvia que quemaba todo aquello que tocaba. La gente se refugiaba en casas, colegios, hospitales y estaciones del metro. Se dejaron de proporcionar los servicios básicos, lo que sumió a la población en la edad de piedra. Allí donde la lluvia letal no llegaba, lo hacían los gases asesinos. La prioridad de la gente fue conseguir una máscara NBQ a cualquier precio, matando si era preciso. La población fue diezmándose debido a lluvias ácidas, gases venenosos y los propios asesinatos originados de la lucha por la supervivencia. Tal como se iban acabando los alimentos en conserva y los animales, la gente iba cayendo en el canibalismo.
Cuando el hombre ya había caido en el más oscuro abismo de miseria, cuando el adjetivo "humano" había perdido todo sentido, volvió la luz. Primero cesó la lluvia, luego el aire se fue limpiando poco a poco, dejando paso a una atmósfera respirable que invitaba a la naturaleza a despertar de nuevo. Con paso vacilante, los humanos iban saliendo de sus oscuros agujeros.
Mi mujer y yo habíamos conseguido sobrevivir en el metro juntándonos a un grupo de gente, entrando nada más comenzar las lluvias. Una vez se acabaron nuestras conservas, el primer objetivo de nuestra comunidad fueron los gatos, así de paso conseguíamos que creciera la población de ratas. Cuando ya no quedaban gatos el objetivo fueron las ratas, aunque muchos pasamos directamente a las cucarachas, pues nos daban menos asco que esos roedores infectos. Mucha gente que comió rata murió por las enfermedades transmitidas por ese animal, que iba de aquí a allá, contaminándose de la atmósfera asesina pero manteniéndose inmune a ella.
Esta mañana, mi mujer y yo nos hemos atrevido a salir al exterior. Nada más salir, ante nosotros se muestran los restos de los edificios que han sido erosionados de forma brutal por la lluvia ácida. Todos aquellos que se refugiaron en estos edificios deben haber perecido. No hay árboles, los parques están llenos de ceniza, pero ni rastro de hierba. Pero lo que más llama la atención es el silencio. Es increible como cambia una ciudad sin tráfico, sin animales, sin niños…sin vida. Los pocos humanos que vagamos por la ciudad caminamos como zombies sin un rumbo definido.
De pronto, oigo un sonido que me es familiar. Es el sonido de una máquina fotográfica disparando una foto. No muy lejos de mí, encuentro a un hombre que está enfoncando a algo que está en suelo, algo muy pequeño. Me acerco y le pregunto su nombre.
- Me llamo Miguel.
- ¿ Y qué haces Miguel?
- ¿Ves esa flor tan pequeña?
Miguel me indica el lugar al que estaba enfocando su cámara y puedo apreciar como una flor minúscula de color amarillo intenta sobrevivir entre dos grietas en el asfalto. Le contesto con un gesto afirmativo de cabeza.

- Pues esa es la primera flor del primer día de nuestra nueva vida. ¿Merece o no una foto?

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