Cada día cruzo ese puente con mi hija andando, en bicicleta,
en autobús o en coche. Cuando lo hago andando aprovecho para enseñarle los
trenes que pasan por debajo nuestro, las mutantes luces de la torre Agbar o los
inmensos charcos que se forman entre las obras después de las intensas lluvias.
Ella observa con interés, aunque estoy seguro que no hace caso de mis
lecciones, si no de lo que a ella se le antoja.
El caso es que no hay vez que crucemos ese puente que ella
no me sorprenda. Hoy lo ha vuelto a hacer. Era ya de noche cuando atravesábamos
el falso puente del Trabajo (que ya no es Digno), y acabábamos de ver pasar un
par de trenes en direcciones opuestas. Yo aún miraba las vías cuando ella ha
exclamado el “Oh” que lanza cada vez que descubre algo que le interesa.
La miré y vi que señalaba con el índice de su mano izquierda el cielo
nocturno. Seguí su dedo y allí estaba la luna, con alguna de las pocas
estrellas que nos deja ver la contaminación urbana.
MI hija me ha regalado la luna para
celebrar el aniversario de nuestro primer viaje a través del puente
indigno.