diumenge, 8 d’agost del 2010

El mundo moderno de la medicina

Por Toni Casablanca

Mi psicoanalista había metido mis sesos en una olla con agua hirviendo y los dejo cocer durante horas mientras yo dormía placenteramente a causa de la anestesia en una de las habitaciones que había habilitado para casos especiales de personas especiales como yo. Yo, no sólo tenía una enfermedad mental fuera de los límites de la realidad si no que además, iba recomendado por una de las personas que habían ayudado al psicoanalista, de origen germano, a ser el pionero en ese tipo de cura para enfermos mentales terminales que pueden llevar una vida normal, pero que por causas que no llego a comprender y por ende no las citaré, acababan locos de atar y arremetían, como era mi caso, contra todo lo que poseía un corazón latente en su caja torácica. El muy animal me suministró una dosis tal de anestesia que me dejo en stand by modus durante un par de días, mientras él se iba a pescar todo el fin de semana y mis sesos cocían a fuego lento. Cuando desperté tenía un dolor de cabeza insoportable, y no sé por qué pero apestaba a puré de patatas quemado. Esa combinación desagradable hizo que mi estómago no aguantara más y me empezaron a dar arcadas. Al principio intenté controlarme pero después de un par de minutos, me tuve que disculpar con el Dr.Hochgarten y salir corriendo al lavabo donde me agarré a la taza del váter con tal fuerza como si fuese lo único que podía salvarme de una caída al abismo de mis dudas más profundas. Por más que lo intentaba, por mi boca no salía más que un hilo de líquido marrón que apestaba a patata quemada, justo era esa apestosa visión y su desagradable banda sonora lo que me provocaba más arcadas, como en una película gore de serie B en la que, si no tienes suficiente con las vísceras dando vueltas en una lavadora, en la siguiente escena comienzan a saltárseles a todo el mundo los ojos de las órbitas para ir a caer en una trituradora de carne. Con esas credenciales y mi cabeza rapada a causa de la operación, no podía ir muy lejos. Además, me había abandonado cualquier fuente de energía y el amor propio que frente a cualquier adversidad me hacía fuerte. El recuerdo de ese amor propio era tan vago como el recuerdo de mi hermanita Ana, que murió dos días después de nacer, cuando yo sólo contaba con poco más de un año de edad. Quise gritar, pedir ayuda, pero de mi boca no salía otro sonido que el que se puede oír cuando comes y te tapas los oidos para escuchar la sinfonía experimental de tu dentadura masticando los alimentos. El Dr.Hochgarten me dijo:

No te preocupes, estos son los efectos secundarios del tratamiento, en un par de días estarás como nuevo. Y por el pelo no te preocupes tampoco, crece rápido. Sí, lo reconozco, se me fue la mano, pero no le pidas peras al olmo, yo no soy peluquero. De todas formas, te haré un precio especial, precio de amigo.



Yo no sé de qué había servido tanta operación para reparar los daños causados por la infancia ya que, ningún bisturí podía seccionar tanta mala suerte y alejarla de mis recuerdos para siempre jamás. Cuando oí la palabra “amigo” salir de sus labios empapelados por las llagas causadas por el frío y el tabaco, me puse tan furioso como siempre que me ponía furioso. Recordaba ese sentimiento perfectamente: primero exhalaba como un toro por los orificios de la nariz y luego mi cabeza siempre sintonizaba esa cancioncilla de Marlene Dietrich "Lili Marlen" y soltaba una bofetada al primero que estaba o pasaba por delante mío. No conformándome ya con el bofetón o el puñetazo acto seguido, y para dejar claro quién tenía la culpa, le soltaba una retahíla que no hacía más que dejar bien claro quién era el culpable de la agresión desmesurada sin preguntar primero y pegar después. Y bueno, pasó lo que tenía que pasar. Le aticé al Dr.Hochgarten un puñetazo con todas mis fuerzas que fue a topar directamente con su nariz, dejando oír un crack y ver un hilillo de sangre resbalar hasta sus empapelados labios. El pobre hombre me miró como diciendo: “La operación no ha servido absolutamente para nada“, cosa que me enfureció aun más. Pero el olor a patata quemada volvió a hacerse cargo de todos mis sentidos. Era tan fuerte y tan asquerosamente insoportable que me hizo recobrar el mando de la situación. De repente me encontraba buscando vendas, alcohol, agua oxigenada, un teléfono para llamar a un doctor. Al cabo de unos tres cuartos de hora apareció la ambulancia y los médicos y enfermeros de urgencia. El Dr.Hochgarten estaba indignado por semejante tardanza y además ya se había curado el mismo. Por suerte, no tenía roto el tabique nasal. Tampoco me denunció, y cuando le pregunté por qué había pasado, me respondió: “No te preocupes, son gajes del oficio, lo que se tenía que hacer ya está hecho. Llámeme para contarme los resultados y si progresa tal y como yo he calculado”.

No sé exactamente qué ocurrió ese día en la consulta del psicoanalista, no sé lo que fue realidad y lo que imaginé a causa de mi fobia a las consultas. El caso es que fue pasando el tiempo y yo me iba encontrando ante situaciones en que, por ninguna causa aparentemente explicable, se producía un cortocircuito en mis neuronas y me entraban ganas de soltarle un sopapo a cualquiera. Entonces volvía siempre ese apestoso olor a patata quemada que hacía que controlase esas ganas de mal ajeno. Con el tiempo desarrollé técnicas para poder salir airoso de la situación. Con todo ello, descubrí mis dotes interpretativas y me inscribí en una escuela de interpretación: me hice actor. En una ocasión, llegué a actuar en una película de Jess Franco, Vampire sex - Lady Dracula 3, en la que hacía de guitarrista. Un papel donde me pude lucir poco, pero siempre queda bien en una de esas conversaciones de bares, o en cenas con amigos, decir que has trabajado con Jess Franco. Hice algunos papelillos más en películas de alto presupuesto cuyos títulos no diré por vergüenza, y así fue pasando la vida, día a día. Visité dos veces más al Dr. Hochgarten antes de que se fuera a los Estados Unidos con una beca de la Universidad de Kansas para investigar fallos en el sistema neurológico. Llegó a obtener varios premios por sus hallazgos en este campo, e incluso fue nominado para el Premio Nobel de Medicina, que ese mismo año fue otorgado a un neurólogo finlandés por sus avances en implantes de células cerebrales de peces al cerebro humano, que ayudaban a alejar las fobias de los enfermos pues, éstas permanecían un máximo de cinco segundos en su memoria. Después de este fugaz arrebato de miedo, los pacientes olvidaban lo que había pasado, por lo que, olvidaban también el miedo. Cosas de la medicina moderna.

diumenge, 1 d’agost del 2010

Preguntas (Sensaciones)

Por M.



¿Dejo el trabajo? no, no... sigo. Aunque no sería tan mala idea... al fin y al cabo no estoy tan bien... bueno, pero tengo unos muy buenos compañeros y, en el fondo, todavía no estoy tan cansada.

¿Nos cambiamos de piso? algo mejor podríamos encontrar, ¿verdad? Y de hecho, podríamos cambiar de ciudad y abandonar la estresante vida barcelonesa... aunque claro, quizá nos podríamos aburrir en un lugar más tranquilo... Y de hecho, en nuestro piso de alquiler de 38m2 no se está tan mal... ya, pero ¿y si compramos un piso? bueno, pero ahora no es un buen momento...¿o sí? ¿pero dónde? ¡ay!... no lo sé.

¿Y si nos casamos? ¿cómo lo podríamos hacer para que fuera diferente? ¿para que fuera tan espontáneo como nuestra propia vida? hay muchas opciones, ninguna nos acaba de convencer, quizá es mejor no casarse por ahora... o bueno... siempre podemos seguir dándole una vuelta.

¿Y si nos tomamos un año sabático? lo dejamos todo y nos vamos a viajar!!! ya volveremos, ¡¡¡no hay problema!!!! No sería la primera vez... esta experiencia es uno de los placeres más grandes que se pueden experimentar... ser libre de decidir y hacer durante 24h. al día, 365 días al año.

Podríamos reinventar nuestra vida. Luchar para ser conscientes a cada segundo de que la vida es muy corta y que la tenemos que vivir con la máxima intensidad, arrepintiéndonos solamente de lo que hemos hecho, y no de lo que nunca hicimos.

Todas estas preguntas, con sentimientos contradictorios, con decisiones precipitadas y aparentes locuras... esa espontaneidad y frescura que todavía nos queda... son las que me hacen sentir viva y querer tanto a la persona que comparte la vida conmigo.

Licencia de Autor