dimarts, 12 de gener del 2010

Jelnmatuyalatket

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La luna consigue escapar de entre las nubes durante un breve momento. Jelnmatuyalatket, gran jefe de la tribu de los Chutepalu, la mira, sentado frente a la hoguera que crepita en el silencio de la noche, mientras el resto del campamento, lo que queda de su gente, duerme. 
Su nombre significa “Trueno que retumba en las montañas”, pero pasará a la historia del hombre blanco como el Jefe Joseph. 
Permanece en silencio, en una especie de trance, del cuál le saca una voz que surge del fuego:

- ¿Qué harás ahora Jelnmatuyalatket?

Sus ojos se dirigen a la hoguera, entre las llamas cree ver el rostro de su padre, Tu Eka Kas, mirándole con ojos tristes. Léntamente contesta al fuego.


- Luchar hasta la muerte.
- La muerte os espera mañana, la de mujeres y niños. El hombre blanco no tendrá piedad de ninguno de vosotros. Y cuándo eso suceda ¿qué harás?.
Me prometiste que nunca abandonaríais el valle, tenías que haber luchado allí, tal como yo había hecho antes. Es mejor morir en el valle sagrado donde has vivido que no en una tierra extraña, donde los cuerpos son comidos por las alimañas.
- Padre, tu sabes que el hombre blanco no nos dió más opciones. Primero llegaron para vivir cerca de nuestros asentamientos, nosotros no pusimos problemas, ¿por qué íbamos a ponerlos si la tierra no es de nadie?, ¿acaso no había búfalos y caballos para todos?. Pero al poco tiempo, esos hombres llenos de avaricia no tuvieron suficiente. No sé por qué necesitaban tener cada vez más y más. No les bastaba con capturar los caballos salvajes sino que comenzaron a robar nuestros propios caballos, marcándolos con sus hierros ardientes para demostrar que eran suyos; abusaron de sus armas para matar al búfalo hasta casi hacerlo desaparecer de la tierra donde siempre lo habíamos venerado y respetado. Pero lo peor fue cuando sus chaquetas azules vinieron a decirnos que debíamos abandonar esas tierras para marcharnos a una reserva lejana. Habían encontrado oro y ahora les molestábamos, no había sitio para los dos pueblos. Los jóvenes de la tribu no aguantaron más y montaron en cólera, matando varios colonos blancos. Yo no pude hacer nada por impedirlo, incluso mi alma aprobaba esa acción, la rabia me dominaba. Tuvimos que huir al norte, en Canadá hay grandes extensiones de tierra en las que podríamos vivir libremente sin que el hombre blanco nos molestase. Pero él tampoco quiere que nos vayamos a Canadá, no nos deja ser libres e intenta detener nuestra marcha con batallas sangrientas que están diezmando nuestro pueblo.
- ¿Sabes que mañana os espera el peor de los combates?
- Sí, padre...pero no puedo hacer otra cosa. ¡Estamos tan cerca de Canadá! Si nos rindiéramos ahora, toda la sangre derramada por los nuestros sería en vano.
- Vuestra suerte está echada. Que el gran espíritu os guíe.

Tras una noche en que la nieve lo ha cubierto todo, los Chutepalu y sus vecinos Sioux levantan el campamento pensando que después de ese día serán libres, ya sea por alcanzar la tierra canadiense, ya sea por alcanzar la muerte...

La noche cae de nuevo tras la batalla, y el Jefe Joseph, con los ojos abnegados en lágrimas, mira el campo de batalla donde hombres, mujeres y niños yacen muertos, junto a cientos de chaquetas azules. Ha sido una lucha cruel, donde el ejército de los Estados Unidos no ha respetado ni sexo ni edades, todos eran enemigos. De los tres mil que huyeron de Wallowa, ya sólo quedan poco más de cuatrocientos.  Jenmatuyalaket habla a los pocos ancianos que quedan en el grupo, la decisión está tomada:
- Demasiados hombres valientes han muerto en la llanura helada, hace frío y nuestros niños tienen hambre. Escuchadme, queridos jefes: mi corazón está enfermo y cansado. Desde este momento, en esta posición del sol, ya no pienso luchar más.  

Habían recorrido más de 1200 millas y tan sólo les faltaban unas veinte para cruzar la frontera. El General Miles le prometió que si se rendía los devolverían al valle de Wallowa, pero al final, nunca cumplió su promesa y les llevaron a la reserva de Ponca. Jefe Joseph siguió luchando, esta vez de forma pacífica, por el regreso de los pocos que quedaban de su tribu al valle de Wallowa, pero eso nunca fue posible. Muchos blancos intentaron ayudarle, incluso el propio Miles, pero acabó sus días en la reserva de Colville, Washington, con sesenta y cuatro años, cayendo muerto delante de una hoguera con la que le habían oído hablar, en aparente estado de trance, unos segundos antes.

2 comentaris:

David Monfil Cusó ha dit...

Una historia molt maca i molt cruel.
Quina llàstima que nosaltres siguem dels blancs.... encara que som dels bons !!

Suposo que es una historia basada en fets reals, veritat ?

Wambas ha dit...

Hola David. La història està basada en fets reals, en una de les darreres putades que els americans van fer als americans genuins 100%.
Amb l'excusa de la por als salvatges, van aconseguir via lliure per a esborrar-los del mapa...et sona aquesta tàctica? La misma que han fet els nazis, els israelís, l'esglèsia i tots aquells intolerants que basen la seva política en la por i l'odi. A més, en aquest cas, els salvatges eren els més compromessos amb les regles de la vida, els únics que entenien que estan aqui de pas, i no per a dominar a la resta.
Una abraçada i gràcies per la visita.

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