diumenge, 16 d’octubre del 2011

El cura rojo

Plaza de San Pedro, Ciudad del Vaticano, 28 de octubre del 2007.


Sesenta mil personas esperan el momento en el que su santidad, el Papa de Roma, beatifique 498 mártires de la guerra civil: todos ellos religiosos asesinados por el bando republicano. Cientos de banderas españolas ondean, algunas con el águila, otras, banderas carlistas; ninguna bandera republicana.
Entre esa multitud de personas, dos de ellas parecen aisladas aún estando en medio de todo el tumulto. Se miran y ambos hacen un gesto de asentimiento; en ese momento levantan una pancarta en la que se puede leer:

“José Pascual Duaso : Tú también mereces este recuerdo”.

Nadie les mira, siguen pasando completamente inadvertidos, o eso creen. Desde uno de los ventanales del Vaticano, un miembro de la curia romana lee la pancarta. Y a su memoria vuelve un caso que él creía enterrado para siempre en el olvido.





22 de diciembre de 1936, Loscorrales, Huesca


Don José, el párroco del pueblo, sale de su casa con una lechera. Se dirige al establo a ordeñar a sus dos vacas; la leche no es para él, si no para repartirla entre los niños del pueblo. Desde que empezara la guerra civil este hombre lleva sobre sus espaldas la responsabilidad de cuidar de la gente de su pueblo. Nunca les preguntó por sus preferencias políticas, él se vuelca en cada uno de ellos con la misma energía. Esa generosidad indiscriminada no había pasado desapercibida para ciertos personajes con mucho peso en la comarca, de los cuales ha estado recibiendo constantes amenazas durante estos últimos años. Pero la presión de estos caciques no ha conseguido amedrentar al cura. Hasta hace poco estaban en zona republicana y, aunque ellos aún mantenían gran parte de su poder, no podían hacerse notar demasiado. Nadie se había atrevido a tocarlos, pero sólo hacía falta una simple chispa para que el pueblo exacerbado se les lanzase encima. Sabían que más tarde o más temprano llegaría su momento, y al final así fue.


Hace tres meses que los nacionales dominan la comarca. En el caos producido por la guerra proliferan los corpúsculos paramilitares que se dedican a hacer la justicia por su cuenta en el nombre de Dios y del Caudillo. Se trata de bandas de hombres armados pagados por caciques de pueblo, que buscan la venganza sobre aquellos que se atrevieron a desafiarles durante los años de la República. En Loscorrales, hace ya tiempo que el objetivo es don José. Hasta ahora no se habían atrevido a tocarle al tratarse de un cura, un representante de la iglesia; poco a poco, ese temor va desapareciendo a sabiendas que el régimen no pondrá mucha atención en la muerte de un cura rojo en un territorio conflictivo lleno de maquis rebeldes.


Antes de llegar al establo, un par de hombres armados se interponen en el camino del párroco. Don José los conoce muy bien a ambos, son feligreses de su parroquia. El semblante serio de esos hombres no deja lugar a dudas, el párroco adivina sus intenciones. Otro hombre se sitúa detrás de él.


- No se gire, don José.
- ¿Por qué? ¿Tienes miedo de que te mire a los ojos antes de que me ejecutes? ¿O quízas tienes miedo de que te tire la lechera a la cabeza? 


El cura se gira lentamente, pero no alcanza a mirar a los ojos a su asesino. Cae abatido al suelo antes, bajo la mirada de sus tres ejecutores.


Tan sólo uno de los asesinos cumplió un par de años de prisión. Durante decenios nadie se atrevió a hablar del tema en público, seguramente ni siquiera en privado. En esos tiempos era mejor olvidar. 


Monseñor Lafita recibió en los años ochenta la petición por parte del pueblo de Loscorrales de recordar a Don José entre los mártires de aquella guerra fraticida. Él personalmente, en nombre de aquel pueblo oscense, tramitó la petición, pero esta fue denegada: el párroco no tenía derecho a estar entre los mártires elegidos. Era un cura rojo, un caso incómodo para Roma.


Lafita sonríe lacónicamente con esos recuerdos y con la visión de aquella pancarta. Seguramente Don José no llegue nunca a ser declarado mártir, y sin embargo fue un digno representante de Cristo, el que posiblemente fuera el primer comunista de la historia.


Han pasado más de treinta años desde la muerte de Franco, y mientras a una parte de España se le aconseja olvidar antiguos rencores, otra parte de España presume de mártires asesinados hace ya setenta años por un enemigo cruel y despiadado.

3 comentaris:

A ha dit...

"Generosidad indiscriminada" me parece una expresión preciosa. Los generosos de corazón no deben olvidarse nunca pasen 70 o 700 años.
Me ha gustado mucho.
Besos

Miguel Emele ha dit...

Interesante historia. Las personas de corazón puro no tienen miedo. Hacen lo que hacen y ya está.

Wambas ha dit...

Gracias Amparo y Miguel.
A mí me duele la obsesión de los malos en destruir todo lo bueno que les rodea. Por eso es maldad, porque no es capaz de respetar aquello que a ellos no les interesa, ni siquiera los gestos de bondad.
Un abrazo

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