diumenge, 9 d’octubre del 2011

Recuerdos

Había pasado muchas veces por allí desde que mi familia se mudara, hace casi veinticinco años. Muchas veces es poco.
De vez en cuando ponía más atención y me fijaba en el balcón del tercero tercera de aquel edificio, en el piso donde había vivido los primeros cinco años de mi vida. Sin embargo, tras muchos años de relativa indiferencia, había comenzado a sentir nostalgia con la simple visión de aquel edificio.

El primer recuerdo que viene a mi cabeza: no tenía ascensor. Pero no recuerdo si subir las escaleras de tres pisos se me hacía tan pesado cuando era niño como lo sería ahora que soy un hombre adulto.
El segundo recuerdo: El incendio en casa de la Fina, mi vecina del segundo, que entre su hermana y ella casi queman la vivienda jugando con unas cocinitas. La imagen de uno de los vecinos ayudando a los bomberos tirando al fuego vasos de agua ya no sé si es veraz o tan sólo el fruto de mi imaginación.
Tercer recuerdo: La habitación donde dormía con uno de mis hermanos. Esa habitación la recuerdo sobre todo por una pesadilla que quedó grabada en mi memoria hasta el día de hoy.
Cuarto recuerdo: El comedor donde toda la familia se congregaba a comer y a ver la tele. No olvidaré las noches de los viernes viendo “El hombre y la tierra”. Incluso recuerdo haberme levantado a verlo una noche que estaba enfermo en cama con fiebre. Me apasionaba el programa de Félix Rodríguez de la Fuente.
Quinto recuerdo: El balcón, y el día que se me cayó de las manos un bocadillo de chocolate y mantequilla. Recuerdo mirar con cara de atontado entre la barandilla como el bocadillo caía delante de un hombre que rápidamente alzó la vista hacia mí. Yo, un niño, instintivamente me escondí, seguro que aquel hombre subiría a pedirme explicaciones; por supuesto, no lo hizo.
Sexto y último: mi cinta de cassette con música del Oeste. Era mi música favorita. La mañana siguiente a la pesadilla, mis hermanos me vieron tan asustado que para animarme me la pusieron. En aquellos tiempos adoraba todo lo que tenía que ver con el salvaje oeste, como Bonanza o la Casa de la Pradera. Esa cinta nunca llegó al nuevo piso, desapareció en los recovecos de mi infancia más temprana.

Esos recuerdos, y algunos más – pocos, porque un niño tan pequeño aún no guarda tantos- habían vuelto a mi cabeza, después de mucho tiempo en estado latente. Y me obsesioné con regresar a esa vivienda.
Necesitaba saber quién estaba viviendo allí; si la distribución de la casa sería la misma y yo sería capaz de reconocerla; como me vería ahora en aquel balcón cuya barandilla entonces era más alta que yo. Sentí unas ganas irresistibles de volver y entonces me decidí a entrar en el edificio y llamar al timbre de mi antigua vivienda.

2 comentaris:

A ha dit...

¿¿¿¿¿YYYY?????
Sigue por favor.
Yo tengo una relación muy parecida con la casa donde vivia mi abuela, he jugado con la misma idea de como estará, quien vivirá alli que habrá en el cuarto de jugar (habitación donde jugaba con mis primos...) Cuando paso por la puerta me atrapa como un imán. Pero nunca me he atrevido a llamar al timbre. Cuentame pronto que pasó.
Besos

Wambas ha dit...

Voy a fastidiarme la historia porque mereces una respuesta. No, al final no llamé al timbre, eso es lo más difícil y cuesta decirle a un desconocido "Vengo a ver tu casa, que antes era la mía, ¿me dejas entrar?. Pero se me ha ocurrido una idea, intentar convencer a mis padres para ir con ellos, quizás así sea más fácil llamar a la puerta. Ojalá tú lo consigas ahora que has visto que no eres la única con esta curiosidad. Un abrazo y gracias

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