dilluns, 23 de desembre del 2013

Espíritu Navideño (I) - En la piscina de Can Dragó


Primer día de esta semana de vacaciones, qué mejor que aprovecharlo para ir un rato a la piscina con Laia. Hace ya dos meses que no la llevo, ¿cuál será su reacción? ¿Volveremos a comenzar de cero con lloros y rechazo? Creo que no, esta vez tengo la sensación de que se llevará una alegría de volver al agua. Ayer pasábamos al lado de las piscinas por la noche, “¡Piscina, papa!”, “Sí, demà anirem, què tens ganes?”, Laia responde que sí, que tiene ganas de ir a la piscina a jugar con las pelotitas de goma, y hacer Chao Chao. Hacer Chao Chao es una canción que le enseñaron en el curso de natación, “Chao chao chao yo me voy, y un besito yo te doy”, chapoteando a discreción en cada una de las sílabas de la cancioncilla.
Por supuesto vamos en bici, como no. Noto que ella tiene ganas de ir, atrás quedaron los tiempos de los lloros, del miedo a sumergirse, incluso al momento de la ducha. Entramos y la chica de la recepción le saluda, la reconoce aunque hayan pasado dos meses desde la última vez que fuimos por allí. Al pasar al lado del vestuario de las mujeres, como siempre, Laia dice “Aquí la mama”. La mama sólo ha ido una vez y fue en el verano, esta niña tiene una memoria de elefante, ya me gustaría a mí tener esa retentiva. Nos cambiamos en mi vestuario, primero yo para que ella no me tenga que esperar en bañador y me coja frío. Repetimos las mismas rutinas que en el verano, y ella las recuerda perfectamente. “Els mitjons!” dice al ver sus calcetines para no resbalarse en la piscina, también se alegra de ver el pañal de agua. Se alegra al ver cada uno de los elementos que hace meses que no ve, como si volviera a encontrarse con viejos amigos casi olvidados. Antes de entrar en la piscina pasamos por la ducha, primera queja, pero muy débil, se olvida del tema en el momento que salimos de la ducha y nos dirigimos a la piscina. Entramos con ganas, con alegría, damos un par de vueltas llevándola yo de los brazos, sin intentar frivolidades que puedan hacerle desconfiar. Quiero que disfrute, que recuerde que la piscina es para divertirse, no para llorar. Unos niños que juegan cerca con unos flotadores que llaman churros nos miran divertidos. Laia va con la boca abierta, con una sonrisa contagiosa. “Pilotetes, papa”, “Vinga”. Cogemos una pelota de una de las cajas con pelotas de todos los colores que hay al lado de la piscina, una de color rosa. Nos volvemos a meter en la piscina y Laia lo pasa en grande, la abuela de los niños que nos miran se acerca a decirle hola, que recuerda a Laia de verla por allí mientras ella hacía clase de Aquagym. Laia sigue con la pelota, mientras observo que el socorrista se acerca. “Perdona, no se puede jugar con pelotas en la piscina”, “¿No?, siempre que hemos venido hemos jugado con estas pelotas y nunca nos habían dicho nada”, “Lo siento pero no se puede, en esos carteles lo pone bien claro”, “No los veo, no llevo las gafas”, “Si quiere puede jugar con los churros”, “Es que ella le tiene fobia a los flotadores, no se fía de ellos desde que hizo el curso en verano”, “Pues lo siento pero con pelotas no se puede, no puedo hacer distinciones y a estos chicos antes ya les dije que no se podía jugar”, “Pero esta niña tiene dos años, ¿qué daño hace con una pelota?”, “Son las normas, démela y ya la dejaré yo en su caja, lo siento”. La cara de Laia cuando ve al chico llevarse la pelota es todo un poema, por suerte no llora, pero se queda incrédula, acostumbrada como está a que la gente le de cosas, no a que se las quiten (a excepción de sus padres que somos los que siempre le quitamos todo). “Jo vull pilota”, “No pot ser Laia, aquest nen no ens deixa”, “Jo vull pilota”. No me lo dice con tono caprichoso, su voz suena a incredulidad, a no entender por qué no puede jugar con una pelota con la que siempre ha jugado y con la que nunca ha hecho ningún daño. “¿Le ha quitado la pelota?”, se ha acercado a preguntar la abuela, “Sí”, “Hay que ser atontado, ¡ya ves que mal hace la niña con la pelota!”. Por suerte Laia ha reaccionado bien, y juntos damos un par de vueltas más por la piscina para terminar haciendo el Chao Chao.  Ya no volveremos, es la última vez que hacemos Chao Chao en esta piscina,  la de Can Dragó, la del barrio. Tendremos que buscar otra piscina donde no se prohíba a los niños pequeños hacer uso de los juguetes de los que disponen. A la salida se lo comento a la chica de recepción, ella me dice que son las normas, que no se le puede dejar la pelota porque si no los otros niños también querrán y pueden molestar a los otros abonados. Yo le argumento que no entiendo la diferencia entre jugar con los flotadores, y las pelotas, ¿por qué unos se permiten y los otros no? Poco después de quitarnos la pelota, el socorrista había llamado la atención a los otros niños porque se peleaban con los churros. ¿Acaso unos molestan más que otros? ¿Acaso no está el socorrista para poner orden en caso de desmadre? ¿Es más fácil prohibirlo todo y cortar por lo sano? Si es así no tardará en llegar el día en que no se permita entrar niños a esa piscina porque algunos se hacen pipí, ¿algunos sólo? ¿y únicamente los niños?  Nosotros ya no estaremos para comentarlo después de ver como hoy han visto como lo más normal del mundo quitarle un juguete a una niña pequeña, y más en estas fechas. Por suerte no todo el mundo tiene este espíritu navideño, me alegro de ser testigo de ello.

4 comentaris:

FEBE ha dit...

Que bueno que no volváis a ir ahí, no se merecen menos. Bien por Laia, se comportó como una señorita grande jejejej.

A ha dit...

Normas estúpidas en un mundo cada vez más llenos de órdenes confusas y sin sentido. En la piscina de mi pueblo tampoco se puede jugar a la pelota, ni llevar una pequeña colchoneta. Mi hijo y yo,buscamos pozas en el río, suele haber menos control legislativo.
Abrazos Wambas y a Laia un beso grande de sirena.

Miguel Emele ha dit...

Jo, eso no es nada comparado con el peso del gobierno en nuestra vida. Felices fiestas, Wambas. Que tengáis unos días muy felices. Abrazos.

Wambas ha dit...

Si observáis, en esta vida están más preocupados en impartirnos normas y prohibiciones que en inculcar el sentido común. Si se aplicasen en que las personas utilizáramos más el sentido común las prohibiciones no tendrían razón de ser (salvo excepciones de mentalidades de maldad innata). Feliz navidad y que el año que viene los tres continuéis alegrándonos la vida con vuestros respectivos blogs. Mucha salud, trabajo y amor.

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