dijous, 26 de setembre del 2013

Amores pequeños

- Estás loca.
- Lo sé.

Lisa evitó la mirada de Laura, con gesto nervioso buscaba en su bolso de color morado. Sacó un cigarrillo y lo encendió. Laura percibió un ligero temblor en aquellas manos tan pequeñas. No era para menos.

- ¿Cómo le conociste? – Laura necesitaba romper aquel silencio tan molesto.
- En la compañía de teatro. Él era uno de los niños que actuaba en una obra que su escuela iba a representar en Navidad. Lo típico que hacen en esas fechas para que los padres se sientan orgullosos de sus hijos, ya sabes.

Laura lo sabía, sí. Ella misma había actuado alguna vez, y todos decían que no la hacía nada mal. Sus padres presumían entonces de tener una hija brillante, bien educada y con un gran futuro por delante, un futuro que se truncó en el instituto. Para Laura aquellos eran recuerdos dolorosos de un pasado lleno de porvenir.

- Es una escuela privada con mucha pasta, pagaron muy bien a mi compañía para que les ayudáramos a preparar la obra y que todo saliera bien. Los padres satisfechos siempre son más generosos a la hora de soltar la mosca.
- ¿Qué obra ensayabais?
 - La típica, “Cuentos de Navidad”.
- ¿Y tú también actuabas?
- No, no. Sólo los niños. Nosotros únicamente les decíamos cómo tenían que hacerlo.
- No sabía yo que tenías esa vena artística.
- Toda mi familia se ha dedicado de siempre a la farándula. Lo que pasa es que en estos tiempos las cosas están muy mal y con el teatro no se vive.
- ¿Por eso te hiciste prostituta?
- Y no me arrepiento. Ahora me puedo dedicar al teatro como hobby.

Lisa llegó al prostíbulo en la misma época que Laura. Pero mientras que Laura ya había ejercido a la fuerza, Lisa no tenía ninguna experiencia, llegó virgen. Doña Desiré hizo una jugada muy hábil y esperó un tiempo hasta que consiguió un cliente que pagó una gran cantidad por desvirgar a una enana. Lisa era la más famosa de las prostitutas de la casa por dos razones: por haber conseguido la cifra más alta por una noche y por supuesto por su estatura. Un metro y veinte centímetros. De hecho, su nombre verdadero no era Lisa, sino Dolores, pero prefería que en el trabajo le llamasen Lisa, el nombre de la mujer de David el gnomo.

- ¿Y qué pasó?
- Pues que conocí a ese niño, Lluc.
- Eso ya lo sé, me refiero a cómo llegasteis a enamoraros.

- A mí me gustó desde el primer momento. Sus rizos rubios, ojos grandes azules, de largas pestañas. Y lo que más me gusta de él es su silencio. Habla muy poco, siempre parece estar meditando, nostálgico. Cuando lo observo se me pone la piel de gallina, pero no de miedo, si no de deseo. Desearía abrazarlo, comérmelo a besos.

Lisa había levantado la mirada hacia Laura. Sus ojos brillaban de ilusión al hablar de aquel niño.

- ¿Y ya lo hiciste?
- ¿El qué?
- Me refiero si ya te lo comiste a besos, boba. No pensarás que estoy hablando de…

Lisa volvió a mirar al suelo, la vergüenza le volvía a impedir enfrentarse a los inquisitivos ojos de su amiga y compañera.

- ¡No me jodas Lisa! ¿Te has cepillado un niño de doce años? ¡Estás peor de lo que pensaba!
- No pude evitarlo. Estábamos en los camerinos, nos habíamos quedado rezagados porque yo le estaba corrigiendo el diálogo de una escena. Mientras yo le enseñaba el tono de voz correcto, él me miraba absorto, embobado, ¡tan dulce!
- Y te lanzaste encima suyo.
- No, fue él quien se lanzó encima de mí. Sin decir nada, me besó con tanta pasión que jamás había sentido algo parecido. Lo abracé, mis brazos apenas llegaban a rodearlo, pero tenía tantas ganas de abrazarlo que casi le rompo las costillas.
- Lisa, lo tuyo es muy grave, en serio. Debes dejar de verlo.
- No puedo Laura. Los dos estamos muy enamorados.
- ¿Y cómo hacéis para veros?
- Los domingos por la tarde, él dice a sus padres que va al cine con compañeros del colegio. Realmente vamos al cine, pero no vemos la película. A veces nos vamos al lavabo y nos lo montamos allí, otras veces nos sobamos en la butaca.
- ¿Y no te da miedo de que os vean?
- No hay peligro, apenas hay gente en las salas. Vamos a películas poco comerciales, y tal como está el cine actualmente… no viene por allí ni el acomodador.
- Lisa, estás jugando con fuego.
- Lo sé, pero no tengo miedo a las quemaduras. Quiero quemarme. Por primera vez en mi vida alguien me ve como una persona normal, no como un monstruo.
- ¡Yo no te veo como un monstruo!
- Tienes razón Laura, perdona. Pero me refería a los hombres, a encontrar alguien que me quiera tal como soy, no a la cantidad de pervertidos que hay que sólo me ven como una rareza con la que quieren montárselo para poder contárselo a otros pervertidos.
- ¿Y qué pasará cuando él crezca y conozca a otras chicas más altas que tú?
- Él no me mide por mi estatura, me mide por mi persona. Y para él soy gigante.
- Lo sé, Lisa. Eres de las mejores personas que conozco y por eso me preocupo por ti. Creo que te equivocas.
- ¿Y quién no se equivoca? ¿No te equivocaste tú también hace años? Todos tenemos derecho a equivocarnos, la vida es para que nos equivoquemos día tras día y aprendamos de nuestros errores.

Laura se dio cuenta de que Lisa tenía razón y ya no quiso discutir más. Estamos en esta mierda de mundo para equivocarnos a diario, ¡qué mejor que equivocarnos por amor!

3 comentaris:

A ha dit...

Me ha gustado especialmente este relato. Yo una vez también me equivoque por amor. Nunca me he arrepentido.
Abrazos.

Wambas ha dit...

Gracias Amparo, me alegro de que te haya gustado, a veces estos relatos pueden herir sensibilidades pero prefiero arriesgarme a herir diez sensibilidades si al menos a alguien le toca un poco el corazón. Todos tenemos derecho a equivocarnos, y más por amor. Un abrazo

Miguel Emele ha dit...

Muy bueno, Wambas. Me ha gustado mucho. Un abrazo.

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