dilluns, 12 d’octubre del 2015

El descubridor

12 de octubre de 1492, en algún lugar del Océano Atlántico.

El almirante Colón está sentado delante del escritorio de su camarote, los codos apoyados en la mesa y las manos sobre la cabeza. Sus ojos sobre el mapa desplegado. Alguien golpea la puerta. Los golpes son enérgicos, carecen del mínimo respeto hacia el almirante. Sin esperar respuesta, don Juan de la Cosa abre la puerta del compartimento y desde la entrada exhorta al genovés. “Es la hora, ¡vamos!” Dicho esto se marcha sin cerrar la puerta. Colon se queda unos instantes mirando hacia ese hueco, después se levanta y con paso lento pero decidido, abandona la cuestionable seguridad del camarote. En la borda le espera toda la tripulación, que le mira con una mal disimulada aversión. Forman un círculo alrededor del almirante y del patrón de las tres naves, don Juan de la Cosa, representante de los tripulantes castellanos y andaluces, que son la inmensa mayoría.

- Se ha terminado el plazo. Dad vuestra merced la orden de regresar a las otras carabelas.
- No podemos volver.
- ¡No podemos seguir!
- No hay provisiones para llegar ni siquiera a las Azores.
- ¿Y las hay para alcanzar las Indias? Reconocedlo almirante, estamos perdidos en medio del océano.
- No lo estamos. Únicamente ha habido un fallo en los cálculos.
- ¡Hace un mes que deberíamos haber llegado y aquí no hay más que agua!
- Sé que estamos muy cerca. Podríamos ver tierra hoy mismo.
- ¡Podríamos ver tierra dentro de un año! ¡Esto es una locura!
- ¡Pues claro que es una locura! ¡Sólo los locos se arriesgan! ¡Sólo los locos triunfan!
- ¡Llevamos un par de meses siguiendo a un loco! ¡Vamos a morir por vuestra locura!
- Nadie os obligó a seguirme.
- ¡Nos engañó a todos!
- Se dejaron convencer por las promesas de oro y gloria.
- ¡Falsas promesas!
- ¡Están ahí, esperándonos! ¡No podemos rendirnos ahora!
- ¡O rectificamos ahora o acabaremos en el infierno!
- ¡No voy a dar la orden!
- Si no dais la orden de regresar no me dejareis más remedio que arrestaros y tomar el mando de la nao.
- Los hermanos Pinzón no os apoyarán.
- Los capitanes de la Pinta y la Niña no tendrán más remedio que dar la vuelta, si no quieren que sus tripulaciones se amotinen y les acaben ajusticiando.
- Os estáis equivocando.
- Aquí el único equivocado sois vos. Los demás lo vemos muy claro.
- Dadme dos días más. ¡Estamos muy cerca!
- Ya os los dí y concluyó el plazo. Se acabó almirante. Dad la orden a las tres naves de regresar.¡Ya!

Cristóbal Colón se queda callado con la mirada perdida en el horizonte. En sus ojos aparecen un par de lágrimas.

- No pienso dar la orden.
- ¿Por qué sois tan testarudo, almirante?
- Porque quiero escribir el destino, y sólo los valientes lo consiguen. No pienso rendirme. Y menos tras comprobar que delante nuestro está nuestro objetivo.
- Sois un loco.
- Lo digo en serio, ahí están las Indias.- Colón alza un brazo y señala el horizonte.
- A partir de este momento quedáis relega....

“Tierraaaaa, Tierraaaaaaaaaa”, el grito del grumete Rodrigo de Triana suena fuerte, desesperado. Todos le miran y a continuación corren como alma que persigue el Diablo a la proa, sin saber qué se van a encontrar, ¿un espejismo? ¿más agua? ¿o quizás...sería posible que...? . Tras una breve espera, que a ellos les parece un siglo entero, finalmente avistan tierra, tal como había adelantado el vigía.
Cristóbal Colón no se mueve del lugar donde le han estado juzgando aquellos que ahora lanzan sus sucios sombreros al aire y gritan y bailan como poseídos. El genovés se deja caer sobre sus rodillas y comienza a llorar como un niño, aprovechando que nadie se fija en él. Llora por su presente glorioso, mas también por el oscuro futuro que se cierne sobre esa tierra.


La Historia no se fijó en el detalle de cómo el almirante pudo adivinar que estaban a punto de avistar tierra. O quizás los historiadores si se dieron cuenta pero prefirieron correr un tupido velo sobre tal hecho, pues, ¿cómo se podía explicar? Sólo dos personas conocían el misterio y una era una vieja que ya hacía años que se encontraba en las calderas de Pedro Botero. Años antes, el genovés, desesperado porque nadie en su patria le hacía caso, acudió a una bruja que se escondía en los oscuros callejones de la parte vieja de su Génova natal y que era famosa por lo acertado de sus pronósticos. Las palabras de la vieja fueron las siguientes: “De oro y sangre son las tintas que escriben vuestro futuro. Deberéis partir hacia los reinos hispanos, pues el oro de uno de ellos impulsará las velas de vuestros barcos hacia tierras desconocidas. Mas pese a que os cubrirán de oro y gloria a vuestro regreso, no tardarán también en cubrir de sangre aquellas tierras vírgenes que vos descubriréis justo cuando vuestra causa parezca inevitablemente perdida. A vos os toca decidir, si vuestra ansia de gloria está por encima del cargo de conciencia de ser el responsable último de la muerte de miles y miles de inocentes”.

Colón se decidió por la gloria, y ahora que la tiene a tocar, siente el miedo de la conciencia y desea con toda su alma que la vieja se equivoque de nuevo, tal y como se equivocó en el detalle de que estas tierras son vírgenes, cuando sin duda se trata de las Indias, de tierras de Oriente a las que ha llegado cruzando todo Occidente.

2 comentaris:

A ha dit...

Las decisiones difíciles siempre generan grandes historias. Casi todos los grandes cambios son traumaticos no te parece?
Abrazos

horabaixa ha dit...

Molt bo Wambes

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