dijous, 10 de desembre del 2009

El vagabundo

Esa tarde había cogido el metro. Debía cruzarme toda la linea 1 y el camino en moto era demasiado largo por lo que me decidí por volver a mis orígenes,  a veces no queda más remedio que juntarse con la plebe, como dirían algunos, bueno, la mayoría de usuarios urbanos de motocicleta y turismo.
Desconfiadamente miraba a un lado y a otro, intentando adivinar quién sería el ratero de turno que intentaría birlarme la cartera o el móvil, y también atento a cualquier estornudo que me pudiera identificar alguna fuente de contagios. Poco a poco me fui relajando, llegando al punto de sentarme cuando llevaba unas pocas paradas de trayecto. Pero nada más sentarme, la señorita del asiento vecino se levantó y, al abrirse las puertas en la siguiente estación, un individuo de mediana edad con malas pintas se sentó a mi lado. Yo no sabía que hacer, si me levantaba, el individuo podía sentirse ofendido y me montaría un escándalo, y si no me levantaba, podía ser la víctima de algún engaño por su parte. Mi nerviosismo iba en aumento al observar de reojo que el hombre me miraba fijamente, de una forma groseramente descarada. De pronto me preguntó:
- ¿Se encuentra usted bien?
- Perfectamente, gracias.
- Se le ve nervioso. Espero que no le moleste mi presencia.
- No, tranquilo.
- Es que parece que le moleste, pero no sé por qué le iba a molestar. Tengo tanto derecho como cualquiera a coger el metro. Quizás pueda pensar que no he pagado mi billete.
- No, no, en absoluto.
- ¿Coge usted mucho el metro?
- No, tengo vehículo propio.
- Ya veo. Se nota que no está acostumbrado a relacionarse con según que gente.
- Yo no he dicho eso.
- Pero lo ha pensado. Seguro que también piensa que yo soy un borracho pordiosero que no tiene dónde caerse muerto. ¿Verdad?
- ¡Por supuesto que no!
- Pues, ¿sabe qué?, aquí donde me ve, yo hace cinco años tenía una vida como la suya. Cada día iba a mi trabajo bien remunerado, con corbata y americana, con el objetivo de crecer en la empresa para  llegar a la cima. Hasta que un día comprendí algo.
- ¿El qué?
- ¿el qué qué?
- ¿Qué comprendió?
- Ah….pues que no había cima. Que a lo máximo que podía aspirar era a entrar en un bucle de chupar pollas y clavar puñales por la espalda, sin dar la espalda a nadie para que no me los clavasen a mí. De repente, ese día, comencé a sentirme desmotivado por la competición laboral, y a partir de ese momento mi vida comenzó a ir a la deriva, desorientado por la falta de objetivos materiales.
- ¿Quiere decir que todo esto le sucedió de repente?
- Bueno, no exactamente. En realidad el proceso fue una especie de degeneración progresiva del sentimiento de responsabilidad. Vamos, que día tras día, mi apatía hacia el trabajo crecía, por mucho que intentara animarme a mí mismo fingiendo que podía volver al círculo, que, al fin y al cabo, el trabajo era el medio para pagar mis facturas y mis caprichos, y eso ya era suficiente motivación. Hasta que un dia me sonó el despertador y me lo quedé mirando, tumbado en la cama, sin ni siquiera hacer el esfuerzo de apagarlo. Mi cuerpo no reaccionaba a ningún estímulo. Me di cuenta que prefería vivir en la miseria, pero libre, a mantenerme toda la vida atado a un servilismo anónimo, en el que ni siquiera conoces la cara de la persona que decide tu futuro. Supongo que en todo esto tuvo mucho que ver que no estaba ligado a ninguna otra persona, eso me facilitó el poder tomar una decisión radical. Desde entonces ya no he vuelto a aquella maldita oficina; desconecté los teléfonos para que nadie me agobiara con las típicas preguntas vomitivas. Tras continuar una semana tirado en la cama sin saber qué hacer, me levanté una mañana, fui al banco a sacar todos mis ahorros y me fui con lo puesto a dar una vuelta por el mundo. Desde entonces no tengo coche, no tengo ordenador, no tengo móvil, no veo la tele. La única música que escucho es la que puedo oír gratis, de los músicos callejeros, en las tiendas, en los bares. Me alimento de la comida en buen estado que la gente desprecia, aprovecho las ropas y otras cosas que otros tiran porque ya no les sirve, porque han comprado algo mejor. A cambio, nadie me dice lo que tengo que hacer, puedo ir a donde yo quiera, y no tengo prisas. Siempre voy andando a los sitios a menos que me apetezca dar una vuelta en metro o en autobús, como es el caso de hoy.

En ese momento, el metro llegó a una parada en la que entraron en el vagón cuatro chicos de indumentaria neofascista, que rápidamente clavaron sus ojos en mi vecino de asiento. Uno de ellos le dijo:

- ¡Eh, pordiosero!, ¿estás molestando a este hombre?

El hombre se lo quedó mirando pensativo, mientras yo balbuceaba:
- ¡No pasa nada, todo está bien!
- ¡Ahora mismo te vas a levantar y te bajas del metro en la próxima estación!. No queremos que apestes nuestro vagón.

El hombre siguió sentado, mirando al skin con aire de no comprender nada. El skin siguió su acoso:
- Además de sucio, subnormal. Como no te levantes te voy a romper la cabeza, gilipollas.

El vagabundo le siguió mirando, con sus ojos catatónicos, hasta que el skin amagó un tortazo, y sus ojos pestañearon. En ese momento el convoy llegaba a la siguiente estación.
El vagabundo se levantó ante la atenta mirada triunfal de los skins.

Salió del convoy recibiendo algún que otro empujón y un par de collejas de los valientes chicos, que podían haber sido sus hijos, de haber fornicado veinte años antes con la ramera del Diablo, claro.

Justo un momento antes de cerrarse las puertas se giró hacia los pelaos, y en un rápido movimento sacó algo de uno de los bolsillos de su gabardina marrón y  lo lanzó hacia el vagón. Una bola de acero, algo más grande que una canica, se estrelló contra la frente del skin que había acosado al hombre. El joven cayó al suelo aturdido, mientras sus amigos se lo quedaban mirando con la boca abierta. El hombre aún tuvo tiempo de dedicarles un monumental corte de mangas a los cuatro tipejos mientras las puertas se cerraban y el convoy comenzaba a moverse. Tan alelados se quedaron que ni siquiera pensaron en tirar de la manilla de emergencia para detener el metro y que se abrieran las puertas.

En esos momentos me prometí que nunca más volvería a coger el metro.

3 comentaris:

Anònim ha dit...

me ha gustado.es la realidad de lo que se esta viviendo.

FEBE ha dit...

Pues si que es la realidad, ya quisieran muchos aprender de la plebe, tan solo habría que escucharlos, no todos lon mendigos son pordioseros, por otro lado algunas palabras me han parecido mal sonantes aunque respeto la intención de querer acercar el relato a lo mas cotidiano posible y realista a su vez, ha sido una buena historia.

Wambas ha dit...

Muchas gracias Febe por tu comentario. Tienes razón, he utilizado un vocabulario un "poco" bruto, pero realmente lo que quería era poner al lector en situación, que entendiera de lo que hablaba. Un abrazo y gracias de nuevo

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