El corazón le dio un vuelco al escuchar el sonido del ascensor. A menudo sentía la misma sensación: cerca de la medianoche se oía como el ascensor se detenía en su rellano, a pesar de ser la única puerta del mismo, la última vivienda del edificio. Había otro rellano por encima pero en él sólo habitaba el motor del propio ascensor, solitario y frío. Ana suponía que, en realidad, el ascensor paraba en la planta inferior, pero una noche su marido bromeó con el tema.
- ¿Te imaginas que realmente el ascensor se detuviera él solito en nuestro rellano?
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ana mientras se imaginaba tan espeluznante idea. Corrió a guarecerse bajo las sábanas, al lado de su marido que sonreía satisfecho, al ver que había conseguido asustar a su mujer.
Durante los siguientes meses, Ana no se volvió a percatar de aquellos siniestros sonidos, llegando a olvidarlos. Pero una noche que Ana estaba sola porque Juan, su marido, se encontraba de viaje de negocios, volvió a escucharlo. Ella se encontraba mirando la televisión, y de repente oyó claramente el sonido del ascensor deteniéndose en la sexta planta....la suya. Con cuidado de no hacer ruido, Ana se dirigió hasta la puerta de su vivienda y miró por la mirilla de la misma. En el rellano no se veía nada, excepto la luz de la cabina del ascensor. Estaba en lo cierto. Los pelos de la nuca se le erizaron de miedo; el pánico le empujaba a descubrir la verdad. Necesitaba irse a la cama sabiendo que no había nada extraño detrás de aquella puerta, así que se armó de valor y lentamente fue girando la maneta, hasta que la puerta que le protegía del exterior se abrió. Quizás esperaba encontrarse con alguien acechando fuera del alcance de su vista, pero nadie apareció de repente. Decidió dirigirse hasta el ascensor.
Mientras se acercaba lentamente, no conseguía divisar ninguna presencia dentro de la cabina, se fue aproximando con la intención de comprobarla más de cerca. Fue a abrir la puerta cuando, de pronto, una cara apareció desde un angulo ciego, era el rostro de una anciana que le miraba directamente a los ojos.
-¡Hija! - exclamó la mujer del ascensor.
A Ana le dio un vuelco el corazón. El susto fue tan grande que prácticamente de un salto se plantó de nuevo en su puerta, cerrándola tras de sí. Se quedó junto a la puerta esperando. Pero, ¿qué esperaba con tanta angustia?, ¿quizás pensaba que la anciana tiraría la puerta de una patada? ¿o le aterrorizaba más la posibilidad de escuchar unos apausados golpes de nudillos sobre la madera?, “toc, toc, toc”. Si Ana hubiera escuchado ese sonido, su sangre se habría congelado y casi seguro que habría caido víctima de un ataque cardíaco. Pero ningún sonido se oyó, tan sólo un espeso silencio que lo cubría todo. Ana no volvió a salir, cerró la puerta con llave y se fue a la cama, a intentar en vano coger el sueño.
La mañana siguiente se levantó sin haber podido pegar ojo. El ascensor ya no se encontraba en su rellano, con el nuevo día éste había vuelto a sus quehaceres tradicionales. Ana no se atrevió a cogerlo cuando tuvo que salir a la calle. Mientras bajaba las escaleras se encontró con la vecina más veterana de la escalera.
- ¿Haciendo ejercicio? - le preguntó la vecina a modo de saludo.
- Sí, hay que cuidarse. Además, no me fío de este ascensor, bueno, nunca me ha gustado.
- Te entiendo hija. A veces me parece que tiene vida propia. -un nuevo escalofrío volvió a recorrer la espalda de Ana.- De hecho, este ascensor tiene una historia siniestra de la que no nos gusta mucho hablar a los vecinos – cuando la vecina decía esto, estaba claro que no iba a despedirse sin contar su historia.
- ¿A qué se refiere?
- Hace muchos años, la señora Rosita, una mujer mayor, se cayó por el hueco del ascensor. Las malas lenguas dicen que fue su hija quien la empujó al vacío, pero nunca se probó. La hija no tardó en mudarse, cosa que todos los vecinos agradecimos con alivio, se le veía mala persona y nunca nos gustó a ninguno de nosotros.
Esa noche, Ana conectó su televisor pero prácticamente sin volumen alguno. Cerca de la medianoche volvió a escuchar el característico sonido del ascensor cerca, muy cerca. Nuevamente se dirigió hacia la puerta. Nuevamente miró por la mirilla y nuevamente no vio nada excepto la luz de la cabina. Volvió a abrir la puerta de su vivienda y otra vez se dirigió lentamente hasta el ascensor. No se apreciaba ninguna presencia. Ana abrió la puerta pero no había nada allí dentro. De pronto, escuchó la voz.
- ¡Hija!
Ana notó una presencia detrás suyo, en el rellano, cuando se dio la vuelta no vio nada, pero la sensación de alguien invisible no se desvaneció, al contrario, se acentuó dando forma a una palabra salida de ninguna boca pero pronunciada por alguien joven y maligno:
- ¡Muere!
Una mano invisible empujó a Ana hacia dentro de la cabina, pero ésta ya no estaba, no había sido más que una ilusión que de repente se había desvanecido dejando en su lugar un hueco negro. Ana perdió el equilibrio y comenzó a caer hacia ese oscuro vacío, cogiendo velocidad hasta que finalmente su cuerpo chocó con el suelo en un golpe brutal que se escuchó en todo el edificio. Cuando los vecinos más curiosos se asomaron, descubrieron que la vecina del último piso estaba aplastada en el fondo del hueco del ascensor; inexplicablemente, la cabina se hallaba en su mismo rellano. Sólo la señora Clara asoció la muerte de Ana con la muerte de aquella otra mujer, aquella anciana. Casualmente ambas habían vivido en la misma vivienda.
3 comentaris:
Menos mal que yo vivo en un primero, porque está claro que esta noche no dormía si viviera en un sexto. ¡Vaya cuento de terror más jalogüinero! Un abrazo.
Mañana bajaré por las escaleras...
Un beso
Yo creo que la vieja era la que primeramente murió, era su espiritu, pues seguro que nadie la veía mas que Ana.
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