Arrastré la enorme maleta aunando las últimas fuerzas que en mi cuerpo hallé. Mis pies se desplazaban por la inercia propia de la costumbre: ora un pie, ora el otro, y así sucesivamente, en una continua procesión de la que ya no recordaba cuál había sido su inicio.
Pero por fin me acercaba al momento en el que mis hinchados pies podrían encontrar su ansiado y merecido descanso. Me detuve delante de la portería, y procedí a buscar las llaves en mis bolsillos. Así estuve un largo rato hasta que logré recordar que las había guardado en algún bolsillo de la mochila que cubría toda mi espalda. Con torpes movimientos conseguí quitarme aquel inmenso bulto pesado que había sido una parte más de mi cuerpo durante largas horas. Busqué con desesperación en todos los compartimentos de la mochila y, como era de esperar, encontré las malditas llaves en aquel que había dejado para el final, ¡jodido Murphy!
Abrí la puerta y un fuerte olor a cerrado salió a recibirme, como si de un fiel animal de compañía se tratara. Abandoné la maleta y la mochila en el primer rincón libre que encontré. Acto seguido me quité toda la ropa que llevaba puesta. Necesitaba limpiar mi cuerpo del rastro dejado por el largo viaje. Ni siquiera comprobé si el calentador estaba encendido, me fui directo a la ducha.
Como no, el agua caliente no hizo acto de aparición, así que pensé que un poco de agua fresca no iría nada mal para relajar mi cuerpo. Una vez limpio, me puse unos calzoncillos limpios y me dirigí al comedor, pasando de largo por aquel rincón donde, durante días, esperarían pacientemente mochila y maleta a que me dignara a prestarles atención.
Conecté el router y a continuación el portátil. Como no, comencé por abrir la página del facebook, por suerte la mayoría de mis amigos estaban de vacaciones y pocos habían perdido el tiempo en explicar si se les había reventado un grano, o estaban desayunando en el bar de la esquina, o lo bien que se encontraban completamente desconectados del mundo (¿si están desconectados del mundo, qué cojones hacen conectados al facebook?). Después abrí mi correo electrónico, y lo único que encontré fueron unos cuantos correos de spam, nadie se había preocupado en enviarme ningún mail. Mi ego se sintió algo decepcionado.
Ya sólo me quedaba una cosa para dar por iniciada mi vuelta a la normalidad, debía escribir mi nuevo relato para colgarlo inmediatamente en el blog. Antes de comenzar, completé todo el ritual obligatorio: abrir Spotify para escuchar música acorde a la situación -siempre es necesario crear una atmósfera de reflexión que deje volar la imaginación-, preparar una taza de café y oler su aroma de forma obsesiva -el aroma del café me despierta los sentidos mucho más que su consumo-, y por último abrir bien las ventanas, para que la claridad entrase a raudales. Una vez cumplido con el ritual me dispuse a comenzar a teclear como un loco, pero no sabía por donde empezar, sufría del famoso síndrome del papel en blanco.
Llevo un mes esperando a que mi cerebro comience a mover los engranajes de mi imaginación, hasta ahora sin ningún éxito. Sigo aquí sentado, con las manos encima del teclado y, en frente, tan sólo una visión: una pantalla en blanco con un cursor que no para de pestañear en la esquina superior izquierda de la misma.
¡Qué difícil es volver de vacaciones!
3 comentaris:
pues estará bueno el café después de tanto tiempo esperando.
Algo así le pasó a mi sobrino cuando volvió al colegio y tuvo que hacer una redacción sobre las vacaciones. ¡En todas partes cuecen habas! Muy divertido el relato y muy socorrido eso de escribir sobre que no sabes qué escribir. Un abrazo.
Habeces lo bueno se hace derrogar, así que no tengas prisa por escribir, ya llegará la inspiración, cuando algo sale obligado, no es bueno.
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