- ¿Quién es? - pregunté a la oscuridad.
- ¿Quién crees tú que soy? - contestó la oscuridad.
Poco a poco mis ojos se fueron acostumbrando a la negrura hasta que finalmente pude adivinar la sombra de una figura delante de mi cama. Era de gran altura y llevaba algo que parecía una guadaña al hombro.
- ¿Ha llegado mi hora?
- Así es.
- Pero no puede ser, aún soy joven. Tengo mucho por hacer en este mundo.
- Lo siento, tu destino está escrito.
- No estoy preparado para morir.
- Nunca nadie lo está.
- Lo digo en serio. Tengo muchos planes aún por realizar, no puedes llevarme sin que ni siquiera haya tenido tiempo de intentar llevarlos a cabo.
- Yo sólo cumplo órdenes.
La muerte quería dar por finalizada la conversación, pero algo me hacía intuir que quizás pudiera tener una oportunidad; quizás había sido un pequeño titubeo en aquella voz de ultratumba, un pequeño toque de humanidad en su tono.
- Por favor, no me lleves aún. Te prometo que si me dejas vivir, aprovecharé cada día de mi nueva vida como si fuera el último...
- Eso dicen todos, pero los humanos nunca cambian. Todos aquellos que han sido rozados por mi guadaña y han vivido para contarlo siempre empiezan diciendo que van a aprovechar cada día como si fuera un regalo, pero ¿qué pasa al poco tiempo?, que siempre vuelven a la rutina de sus aburridas vidas anteriores, desperdiciando el tiempo que se las ha concedido. Al final, el ser humano es incapaz de disfrutar del día a día, se preocupa por problemas insignificantes, se amarga la existencia por auténticas nimiedades. Pierden el tiempo lamentándose de su miserable existencia en vez de pensar como podrían aprovecharla realmente.
- Te pido por favor que me des la oportunidad de demostrarte que yo sí sabré aprovechar el tiempo. Tan sólo una oportunidad para enseñarte que soy capaz de vivir cada día como si fuera el último, y si un día no soy capaz de vivirlo como realmente debería haberlo hecho, entonces, acaba con mi existencia.
La muerte me miró pensativa mientras con una esquelética mano se rascaba la capucha que ocultaba su siniestra cabeza. Tras unos momentos de reflexión, finalmente tomó una decisión.
- Está bien. Hoy me has pillado de buen humor y pienso darte la oportunidad que me has pedido. Te daré un día más. Mañana volveré por la noche y tú me contarás qué has hecho con el tiempo que te he concedido. Si tu explicación no me satisface no dudaré en segar tu vida con mi guadaña. Así que no olvides que mañana puede ser tu último día, aprovéchalo bien.
Con esta frase me dormí, despertándome en plena mañana de domingo. Me mantuve unos minutos perezoso en mi cama hasta que, de repente, volvieron esas palabras a mi mente:
- ¿Quién crees tú que soy? - contestó la oscuridad.
Poco a poco mis ojos se fueron acostumbrando a la negrura hasta que finalmente pude adivinar la sombra de una figura delante de mi cama. Era de gran altura y llevaba algo que parecía una guadaña al hombro.
- ¿Ha llegado mi hora?
- Así es.
- Pero no puede ser, aún soy joven. Tengo mucho por hacer en este mundo.
- Lo siento, tu destino está escrito.
- No estoy preparado para morir.
- Nunca nadie lo está.
- Lo digo en serio. Tengo muchos planes aún por realizar, no puedes llevarme sin que ni siquiera haya tenido tiempo de intentar llevarlos a cabo.
- Yo sólo cumplo órdenes.
La muerte quería dar por finalizada la conversación, pero algo me hacía intuir que quizás pudiera tener una oportunidad; quizás había sido un pequeño titubeo en aquella voz de ultratumba, un pequeño toque de humanidad en su tono.
- Por favor, no me lleves aún. Te prometo que si me dejas vivir, aprovecharé cada día de mi nueva vida como si fuera el último...
- Eso dicen todos, pero los humanos nunca cambian. Todos aquellos que han sido rozados por mi guadaña y han vivido para contarlo siempre empiezan diciendo que van a aprovechar cada día como si fuera un regalo, pero ¿qué pasa al poco tiempo?, que siempre vuelven a la rutina de sus aburridas vidas anteriores, desperdiciando el tiempo que se las ha concedido. Al final, el ser humano es incapaz de disfrutar del día a día, se preocupa por problemas insignificantes, se amarga la existencia por auténticas nimiedades. Pierden el tiempo lamentándose de su miserable existencia en vez de pensar como podrían aprovecharla realmente.
- Te pido por favor que me des la oportunidad de demostrarte que yo sí sabré aprovechar el tiempo. Tan sólo una oportunidad para enseñarte que soy capaz de vivir cada día como si fuera el último, y si un día no soy capaz de vivirlo como realmente debería haberlo hecho, entonces, acaba con mi existencia.
La muerte me miró pensativa mientras con una esquelética mano se rascaba la capucha que ocultaba su siniestra cabeza. Tras unos momentos de reflexión, finalmente tomó una decisión.
- Está bien. Hoy me has pillado de buen humor y pienso darte la oportunidad que me has pedido. Te daré un día más. Mañana volveré por la noche y tú me contarás qué has hecho con el tiempo que te he concedido. Si tu explicación no me satisface no dudaré en segar tu vida con mi guadaña. Así que no olvides que mañana puede ser tu último día, aprovéchalo bien.
Con esta frase me dormí, despertándome en plena mañana de domingo. Me mantuve unos minutos perezoso en mi cama hasta que, de repente, volvieron esas palabras a mi mente:
“ No olvides que mañana puede ser tu último día, aprovéchalo bien”
Angustiado por semejante sentencia salté de la cama y me fui a la cocina a prepararme un café. Mientras este se preparaba comencé a pensar qué narices podía hacer ese día para convencer a la Muerte que me permitiese seguir vivo. No era fácil adivinar cuál sería para semejante ser la idea de un “día bien aprovechado”, pero seguramente no pasaría por holgazanear toda la mañana y por la tarde ir a ver el fútbol al bar, como solía hacer yo la mayoría de los domingos. De hecho, ese era mi plan del día. El café me facilitó ver que había olvidado plantearme la pregunta correcta: “¿Qué haría yo si hoy fuera mi último día de vida?”. Recordé un episodio de los Simpson en el que Homer se preguntaba lo mismo y, tal como él hizo entonces, me dispuse a confeccionar una lista de las diferentes cosas que me gustaría hacer antes de guiñarla.
La lista era interminable, pero no me costó ir eliminando opciones que eran materialmente imposibles de realizar. Decidí que, si este era mi último día de vida, tendría que empezar por cuestiones prioritarias. El resto deberían esperar la oportunidad de ver un nuevo alba.
Una vez realizada la selección, salí de casa con el propósito de cumplir con el máximo de mis objetivos. Seguramente os gustaría saber qué había puesto en esa lista, pero no voy a citarlo, principalmente porque se trata de algo muy personal que todos deberíamos buscar en nuestro corazón. Estaría bien que un día de estos cada uno de vosotros os preguntárais: “Si la Muerte viene a buscarme, ¿qué me gustaría haber podido hacer antes de marchar de este mundo?”. Yo, ese domingo, intenté cumplir con todo lo que me había propuesto aquella mañana.
Cuando llegó la noche, la Muerte apareció de nuevo en medio de la oscuridad. Sin un saludo siquiera, fue directa al grano:
- ¿Has aprovechado el día?
- Juraría que sí, pero me da miedo no saber a qué le llamas tú “aprovechar el día”.
- Te lo preguntaré de otra manera para que no te quede ninguna duda. ¿Hoy has sido feliz?
La pregunta me llegó un poco de sorpresa, y tuve que reflexionar la respuesta. Por mi mente se sucedieron las imágenes de las experiencias vividas durante toda esa mañana y toda esa tarde. Había hecho cosas que durante años había postergado, y realmente me sentía orgullo y contento de al fin haberlas realizado. Algunas de ellas me habían hecho llorar, y otras me habían hecho reir con ganas. Sí, definitivamente podía responder a la Muerte sin dudar.
- Sí, he sido feliz.
- De acuerdo. Mañana volveré. Y no olvides que puede ser tu último día, aprovéchalo bien.
Desde entonces, me he dedicado a priorizar mi lista de “deseos a cumplir antes de morir” sobre todas las cosas, digamos que me va la vida en ello. Y le tengo que agradecer a la Muerte que gracias a ella, no a vuelto a haber un sólo día en la vida que no haya sido feliz, a pesar que muchas de mis experiencias me han enseñado la tristeza, pero también en ellas aprendí lecciones que me ayudaron a encontrar la felicidad.
Cada noche, la Muerte vuelve a mi habitación y en medio de mis sueños me pregunta si he aprovechado el día. Yo siempre le contesto un sincero sí. Me queda saber qué pasará cuando mi lista de deseos se haya cumplido por completo. Quizás tenga que inventar nuevos deseos, o quizás pueda decirle a la Muerte que ya no me da miedo marchar, pues he cumplido con todo aquello que había deseado. Mientras tanto, sigo buscando la felicidad día tras día.
Angustiado por semejante sentencia salté de la cama y me fui a la cocina a prepararme un café. Mientras este se preparaba comencé a pensar qué narices podía hacer ese día para convencer a la Muerte que me permitiese seguir vivo. No era fácil adivinar cuál sería para semejante ser la idea de un “día bien aprovechado”, pero seguramente no pasaría por holgazanear toda la mañana y por la tarde ir a ver el fútbol al bar, como solía hacer yo la mayoría de los domingos. De hecho, ese era mi plan del día. El café me facilitó ver que había olvidado plantearme la pregunta correcta: “¿Qué haría yo si hoy fuera mi último día de vida?”. Recordé un episodio de los Simpson en el que Homer se preguntaba lo mismo y, tal como él hizo entonces, me dispuse a confeccionar una lista de las diferentes cosas que me gustaría hacer antes de guiñarla.
La lista era interminable, pero no me costó ir eliminando opciones que eran materialmente imposibles de realizar. Decidí que, si este era mi último día de vida, tendría que empezar por cuestiones prioritarias. El resto deberían esperar la oportunidad de ver un nuevo alba.
Una vez realizada la selección, salí de casa con el propósito de cumplir con el máximo de mis objetivos. Seguramente os gustaría saber qué había puesto en esa lista, pero no voy a citarlo, principalmente porque se trata de algo muy personal que todos deberíamos buscar en nuestro corazón. Estaría bien que un día de estos cada uno de vosotros os preguntárais: “Si la Muerte viene a buscarme, ¿qué me gustaría haber podido hacer antes de marchar de este mundo?”. Yo, ese domingo, intenté cumplir con todo lo que me había propuesto aquella mañana.
Cuando llegó la noche, la Muerte apareció de nuevo en medio de la oscuridad. Sin un saludo siquiera, fue directa al grano:
- ¿Has aprovechado el día?
- Juraría que sí, pero me da miedo no saber a qué le llamas tú “aprovechar el día”.
- Te lo preguntaré de otra manera para que no te quede ninguna duda. ¿Hoy has sido feliz?
La pregunta me llegó un poco de sorpresa, y tuve que reflexionar la respuesta. Por mi mente se sucedieron las imágenes de las experiencias vividas durante toda esa mañana y toda esa tarde. Había hecho cosas que durante años había postergado, y realmente me sentía orgullo y contento de al fin haberlas realizado. Algunas de ellas me habían hecho llorar, y otras me habían hecho reir con ganas. Sí, definitivamente podía responder a la Muerte sin dudar.
- Sí, he sido feliz.
- De acuerdo. Mañana volveré. Y no olvides que puede ser tu último día, aprovéchalo bien.
Desde entonces, me he dedicado a priorizar mi lista de “deseos a cumplir antes de morir” sobre todas las cosas, digamos que me va la vida en ello. Y le tengo que agradecer a la Muerte que gracias a ella, no a vuelto a haber un sólo día en la vida que no haya sido feliz, a pesar que muchas de mis experiencias me han enseñado la tristeza, pero también en ellas aprendí lecciones que me ayudaron a encontrar la felicidad.
Cada noche, la Muerte vuelve a mi habitación y en medio de mis sueños me pregunta si he aprovechado el día. Yo siempre le contesto un sincero sí. Me queda saber qué pasará cuando mi lista de deseos se haya cumplido por completo. Quizás tenga que inventar nuevos deseos, o quizás pueda decirle a la Muerte que ya no me da miedo marchar, pues he cumplido con todo aquello que había deseado. Mientras tanto, sigo buscando la felicidad día tras día.
6 comentaris:
Un relato genial, aunque al final lo cierras con un "sigo buscando la felicidad". Si me lo permites, mejor "disfrutando de la vida". No hay que buscar nada. Hay que vivirlo y disfrutarlo.
Un besote
Gracias anónima. Y tienes razón, realmente no quería decir "sigo buscando la felicidad", si no que día tras día la sigo buscando y encontrando (entiéndase, el personaje del relato, yo hago lo que puedo, jejeje). Tu final sería perfectamente correcto, te lo permito, por supuesto. Otro besote
Pues a ver si volvemos a jugar a squash, petardo!!!!!
Este Anónimo me suena!!!, jajaja. Tranquilo, esta vez depende de tí, por mi parte ningún problema, siempre que no vengas vestido de negro y con una guadaña en lugar de una raqueta :P
Al igual es que todos por desgracia, necesitamos que venga ese ser repelente a decirnos que nos da un día mas, así espavilaríamos, en fin, a seguir siendo feliz que el día se acaba.
Los humanos solo reaccionamos cuando nos va a pillar el toro, en este caso no es un toro, es peor. Es nuestra naturaleza. Un saludo Febe
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