dilluns, 29 d’abril del 2013

El guitarrista de Hamelin


La justicia, aunque anda cojeando, rara vez deja de alcanzar al criminal en su carrera.
Horacio

- “¡Qué asco de ciudad!” – el alcalde observaba las calles desde aquel impresionante ventanal, con un vaso de whisky en la mano, sentado en un sillón de cuero aparentemente muy cómodo. El teniente alcalde tenía un despacho espectacular, pero el suyo propio aún lo era más.
 - ¿Qué querías? – el teniente alcalde no se esforzaba por disimular su irritación con la visita sorpresa de su jefe - , ¿o es que has venido únicamente para apuntarme esta obviedad? Hace años que nos dimos cuenta y no nos hemos molestado mucho en cambiarlo .
- La llaman la ciudad de las ratas.
- ¿Tantas tenemos?
- Dicen que hay dos docenas de ellas por cada ciudadano y cada día la proporción aumenta.
- ¡Qué barbaridad!, yo en mi casa nunca he visto ninguna.
- Yo tampoco, pero un cuñado mío se ve que sí ha visto varias pulular por su vivienda. Es lo que tiene ser un fracasado.
- ¿Y qué quieres hacer al respecto?
- El año que viene hay elecciones y los últimos sondeos nos dejan muy mal parados. Tenemos que limpiar nuestra imagen exterminando todas las ratas.
- ¿Pero no deberíamos antes limpiar la suciedad?  Y te recuerdo que no hay fondos para pagar ni siquiera a las actuales brigadas de limpieza.
- Servirá con limpiar las calles de ratas. Un poco de maquillaje es suficiente.
- Nos puede salir muy caro.
- Depende. He buscado por internet y hay una empresa que tiene fama por su efectividad. Se hace llamar “El guitarrista de Hamelin”.  No salen baratos pero ya encontraremos la forma de obtener un mejor precio. Contacta con ellos por Internet para que vengan lo más pronto posible.
- Desde luego el nombre es original.

Una semana después aparecía una furgoneta negra en la ciudad. Hubiese pasado desapercibida entre el millón de furgonetas que cada día atraviesan las calles de la urbe si no fuera porque en el techo llevaba un amplificador casi tan largo como el vehículo, y en un momento dado, de él comenzó a surgir una música extraña, un punteo de guitarra rítmico, melódico, que se repetía constantemente sin pausa alguna, similar a la monótona melodía de un viejo blues. No tardaron en aparecer las ratas siguiendo de cerca a aquella furgoneta. La gente que estaba en las calles y contemplaba aquel hecho inaudito se quedaba paralizada sin saber qué hacer. Por todos los lados aparecían ratas y ratones que corrían hacia la fuente de la que manaba aquella música. La furgoneta recorrió todas las calles y avenidas de la ciudad durante horas, mientras millones de ratas le seguían hipnotizadas. Una vez ya no quedó ninguna calle por la que no hubiera pasado la furgoneta, ésta salió de la ciudad en dirección hacia las montañas por las que el sol comenzaba a ocultarse. Con ella se llevó hasta la última rata.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, un hombre se presentó en el ayuntamiento. Decía ser el representante del guitarrista de Hamelin y quería que se le pagase por los servicios prestados.
- Les estamos muy agradecidos por su gran trabajo, pero me temo que eso va a ser imposible hasta dentro de un año.
- Vengo a cobrar ya.
- Como le digo, la política de nuestro ayuntamiento es pagar a un año vista. No nos podemos saltar esa regla. Por cierto, ¿dónde han llevado las ratas? ¿Las han exterminado?
- Si no me paga no se preocupe que sabrá dónde están.
- ¿Me está amenazando? ¿Está amenazando al alcalde?
- Nosotros hemos hecho nuestro trabajo, ahora págueme lo que me debe y estaremos en paz. Si no lo hace sufrirá las consecuencias. – el hombre no parecía estar enfadado ni nervioso, su voz expresaba una total confianza en sí mismo.
- ¡Habrase visto! ¿Quién se ha creído que es usted para amenazar a un representante del pueblo? Policía, llévense a este hombre detenido. No saldrá de aquí hasta que se le bajen los humos y nos diga dónde están las ratas.
- No se preocupe alcalde, pronto lo sabrá.

Esa misma noche, mientras la ciudad dormía en la tranquilidad relativa en la que duerme toda ciudad, una música se extendió como la niebla por encima de ella. Se trataba de una melodía triste, pegadiza y que ponía la piel de gallina de cualquiera que la escuchara. Un hombre salió de una mansión del barrio rico de la ciudad, era el alcalde, caminaba sonámbulo. Otro hombre surgió de otra mansión cercana, el teniente alcalde, también sonámbulo. Poco a poco aparecieron más hombres sonámbulos y absolutamente todos eran políticos municipales, que caminaban lentamente en dirección a las montañas. El resto de la ciudad parecía dormir plácidamente, ignorando aquella música fantasmagórica.
La música continuó sonando durante horas, hasta que finalmente los sonámbulos llegaron a las colinas. Pasaron por debajo de una roca encima de la cual un hombre tocaba una guitarra eléctrica sin clavijero. El hombre llevaba un abrigo largo de cuero negro, sombrero vaquero del que sobresalía una pluma de águila y unas gafas de sol, aunque era de noche. Pero lo que más llamaba la atención de aquel hombre era su melena albina, aún más pálida a la luz de la luna llena. Un espectro venido del más allá para hacer justicia.
El guitarrista siguió tocando su guitarra recortada mientras los sonámbulos caminaban hasta una zanja inmensa donde se apiñaban las ratas, que de tanta hambre que tenían se comían unas a otras. Hasta que comenzaron a caer los políticos en la zanja, en ese momento las alimañas se lanzaron sobre ellos atraídas por la carne humana. En pocos minutos dieron cuenta de todos los representantes municipales.
Bueno, todos no. Tres se salvaron porque no acudieron a la llamada; uno de ellos era sordo, los otros dos, un hombre y una mujer, eran reconocidos por su honrada reputación y en ellos recayó la representación de la ciudad la mañana siguiente a aquel aterrador suceso. Lo primero que hicieron fue ir a la celda donde el hombre de la furgoneta descansaba tranquilamente.

- Tome, su dinero. Esto es lo que habían pactado con el anterior alcalde, ¿verdad? – dijo la mujer, que ahora ejercía de alcalde en funciones.

El hombre contó el dinero y asintió con la cabeza sin decir una palabra. Salió de la celda y nunca más se le vio en la ciudad. Unas horas más tarde, una inmensa columna de humo se levantó en las montañas. Cuando la primera escuadra de bomberos llegó hasta el origen del humo vieron que el fuego surgía de una zanja inmensa. Una vez sofocado el fuego vieron que aquella zanja estaba repleta de ratas carbonizadas; de los políticos no había ni rastro, desaparecieron para siempre como aquella furgoneta negra.

4 comentaris:

FEBE ha dit...

Yo tengo dos teorías de donde están esos políticos, una es en los estómagos calcinados de las ratas y la otra es que están aquí jajajjaja. Chulísima la historia

Unknown ha dit...

jajajaja, me ha gustado, que bonita es a veces la ficción, tan lejana de la realidad....

Miguel Emele ha dit...

He disfrutado mucho con el banquete de las ratas, Wambas. Me han dado ganas de aplaudir y todo, je, je. Un abrazo.

A ha dit...

Real como la vida misma?

Besos y abrazos.

A

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