dilluns, 13 de maig del 2013

Correr


“Pulse el botón central”

Pulsado. Empiezo a correr. En el reproductor suena la primera canción de la lista de reproducción, “Qué te voy a decir, si yo acabo de llegar…”, mi canción favorita, la que más veces he escuchado y que me llena de energía cada vez que la oigo. Mis pasos se encaminan hacia el oeste, la montaña de Collserola que aún está lejos. Antes debo subir todo el paseo Valldaura, unos tres quilómetros antes de llegar a las rampas de la montaña, aunque todo el camino es de empinada cuesta. Mi idea es subir cinco quilómetros y bajar la misma distancia. Para otros sería un paseo matutino, para mí es también eso y mucho más. Hace años que no subo a Collserola corriendo, la última vez no llegué arriba de todo, hoy pienso conseguirlo.
Hace calor, en esta primavera loca el menú de hoy es sol y una ligera brisa. La subida por el paseo Valldaura es entretenida, evitando todos los obstáculos urbanos que me encuentro en el camino: peatones, bicicletas, vallas, coches aparcados en las aceras. Sólo un par de semáforos me interrumpen, no me detengo, sigo corriendo cerca del semáforo a un paso más lento pero evito detenerme para que no comiencen a doler los gemelos. Las piernas responden bien hasta ahora, la respiración es lo que llevo un poco peor. Se me hace largo el camino hasta la plaza Karl Marx, cuando llego allí tengo la primera crisis de cansancio, pero no es lo suficientemente aguda como para que me plantee parar. Doy un rodeo para subir por las rampas más suaves, no hay nadie más corriendo por allí a esas horas y supongo que es debido a que es el mediodía de un lunes cualquiera, la gente no está para ir a correr a esas horas a la montaña, sólo a un desempleado un poco tarado se le puede ocurrir una idea así.
Por fin llego a las primeras rampas de la subida propiamente dicha a Collserola, comienzo a respirar a mejor ritmo y las piernas no se me quejan. Al sufrir menos puedo concentrarme en las sensaciones: los olores y las vistas. A ambos lados del camino hay árboles y vegetación, en su máximo esplendor en esta primavera; el sol intensifica el olor de la hierba y mi mente se transporta a un campo de fútbol al lado del cual pasaba un reguero que traía el agua del canal de riego. Aquella agua fresca ayudaba a los chiquillos a combatir el calor estival en las mañanas de agosto, cuando los más irresponsables se empecinaban en jugar al futbol día sí, día también. Un balón rojo, un tango adidas, hubo más pero aquel fue el que guardé en el baúl de mis recuerdos y ahora vuelve a mi mente gracias al olor de la hierba al sol. Tirando del hilo de aquel balón me vienen a la memoria las caras de los chicos con los que jugaba, alguno de ellos llegó a ser mucho más que un amigo de verano, un amigo para toda la vida, a la mayoría les perdí la pista y hace más de diez años que no los veo. Junto a todos ellos pasé días inolvidables. Y no sólo la hierba me recuerda aquellas vacaciones; el olor de la humedad me recuerda al olor del lúpulo recién cosechado; el olor del jabón de Marsella es el que utilizaba mi madre en el lavadero del patio de la casa; el olor que desprende el asfalto con las primeras gotas de lluvia – olor que me recuerda al sabor de la cáscara de nuez – me transporta a las tardes en que teníamos que volver rápido con la bicicleta al pueblo para que no nos pillara la tormenta, la tormenta, también desprendía un olor refrescante muy característico. Supongo que tantos recuerdos sólo pueden ser el resultado de no querer olvidar una época tan bonita en la vida. Ulises se hizo encadenar al mástil de su barco para no volverse loco con los cantos de las sirenas, yo me encadeno a estos recuerdos para no volverme loco con todas las incertidumbres que se dan en el mundo que me toca vivir.
Cuando vuelvo al presente me doy cuenta que estoy a media subida, ya me queda menos de un quilómetro para llegar arriba de todo. En el camino me encuentro un niño de unos tres años con su abuelo. El niño escucha algo que el abuelo le está explicando sobre unas plantas que ambos miran con curiosidad. ¡Qué envidia!. Que ganas tengo que mi hija pueda escuchar y entender lo que sus abuelos le expliquen, lo que yo mismo le cuente, aunque en mi caso me faltó escuchar a mi abuelo, y muchas veces a mi padre. No me queda más remedio que aprender al mismo tiempo que mi hija, quizás sea ella la que me explique las curiosidades de ésta o aquella planta, o de aquel insecto, o vete a saber qué otra cosa. Aunque aún me falta más de la mitad del camino estoy seguro que esta será la imagen que se me quedará grabada de esta carrera.
Mientras le doy vueltas a esta idea me planto prácticamente en el final de la subida, llego al cruce que permite adentrarse en los caminos de Collserola pero yo no voy a ir más allá, hoy no. Doy media vuelta y comienzo a bajar, lo peor ya ha pasado y gracias a mi imaginación no ha sido tan duro como esperaba. Bajando se me van cargando las plantas de los pies. La respiración es mucho más cómoda pero mis piernas sufren el impacto de cada paso, no voy a correr demasiado rápido, no quiero arriesgarme a una lesión. Al hacer el mismo recorrido de vuelta voy viviendo las mismas imágenes: el niño y el abuelo, otros caminantes que bajaban cuando yo subía, el olor de las plantas. Es como rebobinar a velocidad normal una cinta de video, aunque la primera sensación fue más bonita. Mi mente aparta estas imágenes y piensa en cómo plasmar esta carrera en un texto que consiga ser leíble. Comienzo a estructurar la historia, grabo los detalles vividos en mi mente e intento no olvidarlos. Bajo a buen ritmo, sólo interrumpido por algunos semáforos; cuando llego al polideportivo la planta del pie derecho me duele bastante pero no me impide completar los diez mil.
Y aún queda lo mejor: los estiramientos en el césped. Me quito la camiseta, las zapatillas y los calcetines. Mientras estiro mis músculos respiro el olor intenso de la hierba y noto como el sol baña mi cuerpo. En el reproductor suena una última canción: El universo sobre mí. 

2 comentaris:

Anònim ha dit...

Tu relato es leíble y no sólo mínimamente. Comparto incertidumbres. La,semana pasada supe que me muevo desde un despido total a un nuevo recorte o a un ere del 20 por ciento de mi jornada. Y también el,gusto por correr o andar apiado en mi caso, soy más vieja que tu!!
Sigue corriendo. Mi sabor de la infancia son las moras y el olor el del huerto después de la lluvia...

Amparo

Miguel Emele ha dit...

Leíble, Leíble y jo con la incertidumbre. Un abrazo, Wambas.

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