divendres, 5 de febrer del 2016

Carmín

Había una vez una familia humilde y sencilla. Cuando los cuatro hijos de esta familia fueron suficientemente mayores, el padre les regaló unas semillas para que las plantasen en el pequeño jardín que tenían delante de casa. El hermano más pequeño observó cómo nacían y comenzaban a crecer las primeras flores, plantadas por la primogénita, la primera en emanciparse. Disfrutó participando de los cuidados que las flores requerían a diario. Poco a poco, el resto de hermanos también dejaron sus semillas en el jardín y él comenzó a verlas florecer. Sin embargo, a él también le llegó la hora de la emancipación. Antes de abandonar la casa familiar, plantó su propia semilla que con el tiempo florecería.
Mientras esperaba el momento de que aquella flor naciera, inconscientemente se despreocupó del cuidado del jardín que entre él y sus hermanos habían plantado. Cuando visitaba la casa de sus padres no tenía mucho tiempo para contemplarlo, siempre iba con prisas por culpa de las rutinas diarias. Sin embargo, lejos de aquel jardín se acordaba a diario de las flores a las que había visto crecer y de las otras que comenzaban a florecer cuando él marchó.
Un día volvió a la casa familiar decidido a dedicarle unos minutos a aquel jardín. Se quedó muy sorprendido por como había cambiado. La flor que él había plantado aún era pequeña pero muy bonita. La mayor, que había plantado su hermana, se había convertido en una planta maravillosa con una flor muy vistosa y otra a punto de nacer en su tallo. Pero había una flor en aquel jardín que le maravilló como ninguna, y eso que todas eran preciosas. Aquella flor había crecido más que las otras; se trataba de una rosa de color rojo intenso, puro carmín. Era la segunda flor del segundo hermano. Olió su aroma tan fresco e intenso. Lamentó haberse perdido toda su vida, no haberle ayudado a crecer, no secarle las lágrimas que jamás compartieron, de no haberle cuidado en los momentos complicados, de apenas haber reído juntos ni guardarse los secretos mutuamente. Lamentó sentir que aquella flor no era parte de él. Carmín había salido adelante sin su ayuda y él siempre tendría esa espina clavada en su corazón. Pero ya era tarde para tantas lamentaciones. Se había perdido la parte más importante en la vida de aquella flor, pero aún podía ayudarle a mantenerse tan bonita y fresca. Se prometió a sí mismo preocuparse mucho más por ella y por el resto de flores de aquel jardín que era el de su familia, que era el suyo propio.

4 comentaris:

A ha dit...

Cuantas cosas dejamos en la cuneta... Sin querer, sin darnos cuenta

Unknown ha dit...

La segunda flor del segundo hermano es la flor más bonita que he visto, pero yo tampoco la he visto crecer como hubiera querido aunque ella sabe que es lo mejor que me ha pasado y que estoy orgulloso de ella.

Unknown ha dit...

La segunda flor del segundo hermano es la flor más bonita que he visto, pero yo tampoco la he visto crecer como hubiera querido aunque ella sabe que es lo mejor que me ha pasado y que estoy orgulloso de ella.

JAP Vidal ha dit...

Menos mal que Jessica no se lee estos comentarios :)
El dieciséis le tocará a ella, que también tengo ganas de llenarla de halagos. Que al menos este blog sirva para halagar las virtudes de quien las merece.
Gracias a los dos por vuestros comentarios.
JAP Vidal

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