diumenge, 25 d’abril del 2010

Los niños del mar

Este camino está bastante mejor ahora que la primera vez que lo atravesamos. O quizás es porque Dio conduce mejor, todo es posible. Marc está enfrascado en sus pensamientos, todo ancho en los asientos traseros del todoterreno. Yo voy delante, junto a Dio, nerviosa por averiguar lo que nos encontraremos al llegar a nuestro destino.


Hace unos diez años los tres estábamos en Pomene, al sur de Mozambique, disfrutando de unos días de relax antes de continuar nuestro viaje por el país. El día que los conocimos nos dirigíamos tranquilamente hacia el hotel de cinco estrellas que había quedado abandonado durante la terrible guerra civil de los setenta. A medio camino nos habíamos parado a hacer un baño en las cristalinas aguas del océano Índico. Estábamos en una playa paradisíaca de arenas blancas y aguas turquesas, cocoteros y ningún turista, excepto nosotros.
Jugábamos en el agua cuando Dio se fijó en un par de niños que nos observaban sentados en la arena. Por mucho que nuestro amigo mozambiqueño intentó convencerlos para que se nos unieran en el agua ellos no quisieron, les daba miedo el mar. Gracias a Dio, que hablaba un dialecto muy parecido, nos pudimos comunicar con ellos. Jefferson y Joseph, esos eran sus nombres, eran de un pueblo a tres horas caminando de allí. Tenían 12 y 10 años respectivamente. Sus padres eran pescadores, como casi todos en su aldea, por lo que no entendimos que le tuvieran tanto miedo al agua. Pronto perdieron el interés en nuestras preguntas y lo focalizaron en mi cámara fotográfica. Me pidieron que les hiciera fotos, y yo acepté de buen grado.
Comenzaron a hacer piruetas en la arena; con cada foto que yo les hacía, ellos venían corriendo para ver su imagen en el display de la cámara. Cuando se cansaron de hacer piruetas, Marc y yo nos pusimos a dibujar nuestros nombres en la arena y les animamos a jugar con nosotros, pero vimos como se quedaban callados y rechazaban el juego; no sabían escribir y creo que les daba vergüenza admitirlo, nos dimos cuenta que habíamos metido la pata hasta el fondo y nos sentimos bastante mal por ello. De todos modos, no tardaron en recuperar la sonrisa, sobre todo cuando les pedimos si sabían donde podíamos comprar comida. Nos condujeron hasta una chica que recogía cocos y los abría con un machete; los cocos eran buenísimos y refrescantes, todos disfrutamos comiéndolos. Por la tarde, los niños nos acompañaron hasta el hotel abandonado, al que llegamos entre juego y juego. Jefferson me cogía la mano todo el tiempo, era un niño muy agradable, mientras que Joseph era algo más reservado, pero a ambos les cogí mucho cariño en el poco tiempo que estuvimos juntos . Cuando empezaba a oscurecer llegó el duro momento de despedirnos de ellos. Los niños no pudieron disimular su tristeza y yo tampoco pude evitar las lágrimas. Tenía la amarga sensación, seguramente egocéntrica, que, en el momento que nosotros nos fuéramos, esos niños iban a volver a una existencia triste y desamparada. Hubiera deseado poder llevármelos conmigo y tratar de darles un futuro que yo creía mejor para ellos, pero quién era yo para juzgar qué era lo mejor para esos chicos .
- No llores, Mireia. Durante el viaje tendrás que sufrir esta situación unas cuantas veces, así que mejor que empieces a hacer fuerte el corazón. No puedes salvar a todo aquel que tú creas frágil.
Las palabras de Dio no me ayudaron nada. Me costaba pensar que ese era el mundo en el que Jefferson y Joseph vivían, y que a su manera eran felices. Marc y Dio intentaron alegrar un poco a los chicos regalándoles sendas gorras promocionales que llevaban y estos se fueron un poco menos tristes. Dijeron unas palabras a Dio y éste les contestó.
- ¿Qué te han preguntado? - Le inquirió Marc.
- Querían saber a qué hora salíamos mañana, quieren volver a despedirse. Les he dicho que a las ocho, lo bastante pronto como para quitarles las ganas de venir y evitarnos todos el mal trago.
Al día siguiente nos levantamos más tarde de lo esperado y, a las nueve de la mañana, cuando salíamos con nuestra ranchera del recinto del hotel, nos encontramos a los dos niños que nos esperaban sentados a un lado del camino. Jefferson y Joseph se habían levantado a las cinco de la mañana para caminar tres horas y poder llegar a Pomene a las ocho, por lo que los pobres niños llevaban una hora esperándonos allí sentados. Pero aún mayor fue la sorpresa de ver que en sus manos llevaban dinero y naranjas que les habían dado sus padres para que nos pagasen las gorras que les habíamos regalado el día anterior. Tanto Marc como yo nos quedamos de una pieza, otra vez las lágrimas acudieron a mi rostro, esta vez por la admiración que sentía por ellos y por esa gente, tan humilde y honesta. Pude comprobar que, esta vez, Marc también se dejaba llevar por la emoción. Rechazamos el dinero pero sí les aceptamos las naranjas. Decidimos subirlos al coche con nosotros y llevarlos a su poblado. Se pasaron todo el camino riendo con nosotros, estaban muy cariñosos. Al llegar a su aldea les hicimos nuevos regalos: una camiseta para Jefferson, y unos pantalones a Joseph, pues los que llevaba estaban muy viejos. Otra vez pasamos por el mal momento de una nueva despedida, lo que Dio quería evitar el día anterior. Inconscientemente y dejándonos llevar por la emoción, les prometimos volver algún día....


Acabamos de llegar al poblado. Creo que ha sido una locura, es imposible que nosotros los conozcamos, y menos que ellos se acuerden de nosotros. Damos una vuelta por el poblado y no los vemos. Dio acaba de ver una cabaña que le suena mucho, se acerca y pregunta si hay alguien dentro. Por la cortina que hace de puerta improvisada aparece una mujer de unos cuarenta años. Dio y ella dialogan un rato y al final él nos traduce su conversación:
- Joseph y Jefferson están trabajando, son pescadores. Hasta esta noche no volverán. Si queréis podemos esperar ...
- No, gracias, se nos haría demasiado tarde - contesto yo demasiado rápido, quizás llevada por el miedo de romper un viejo recuerdo- pídele si, por favor, ella les puede entregar estos regalos.
La mujer acepta los obsequios. Dio sigue traduciéndole:
- Dice que ambos chicos están bien de salud, fuertes y grandes. También dice que se acuerda de nosotros, que somos los chicos que les regalamos unas gorras y ropa a sus hijos. Nos está muy agradecida.
Mireia sonríe y agradece con un gesto las palabras de aquella humilde mujer.

Nos despedimos y volvemos a Pomene. Al día siguiente tenemos que volver a Maputo. Un sentimiento de decepción se mezcla con el de alivio, al ver que los chicos se encuentran bien.

Ya es de noche en Pomene, estamos al aire libre, al lado de nuestra cabaña, hablando los tres alrededor de una mesa a la luz de la luna cuando, de repente, escuchamos como alguien se acerca. Dos chicos negros se dirigen caminando tranquilamente hacia nosotros, llevan dos camisetas iguales, con una foto estampada de unos niños con nosotros tres; vemos que Jefferson y Joseph han estrenado nuestros regalos. Los cinco nos fundimos en un abrazo. Nos explican que la vida les va bien, trabajan para uno de los hombres más importantes de la zona, con el que cada día salen a pescar y casi siempre vuelven con las redes llenas. Están ahorrando para comprar una barca y así trabajar por su cuenta. Por cierto, nos aseguran que nuestro primer encuentro los animó a aprender a leer y a escribir en la escuela de su pueblo. Este aprendizaje es complicado en Mozambique pues los libros son muy caros, todos vienen de Portugal, y el precio se dispara en comparación al que tienen en el país de origen. Normalmente hay un libro por cada dos escolares, y al final de curso, este libro se guardará para los nuevos alumnos. Recuerdo que en nuestro primer viaje nos encontramos con un profesor, el único en su poblado, que no cobraba su sueldo desde hacía meses. Su escuela estaba tan saturada que se había visto obligado a limitar la estancia de los niños en ésta a un máximo de dos años. La situación en diez años no ha mejorado mucho. Jefferson y Joseph han tenido que poner mucho esfuerzo por su parte para poder aprender.
Dio les ofrece colaborar con él en aquella región de Mozambique para la ONG ADANE, necesitan gente que pueda gestionar la ayuda para las escuelas en esa zona del país. Los chicos aceptan encantados y Dio les promete contactar con ellos pronto para organizar esta gestión.
Esta vez no es necesario que los llevemos a su pueblo pues les ha traído en una ranchera su jefe, dicen que es buena persona y les ayuda mucho. Les está esperando por lo que no se pueden quedar más tiempo con nosotros. Por fin podemos disfrutar de una despedida alegre, a pesar de que alguna lágrima se me escapa, pero estamos contentos al ver que nuestros niños ... bien, nuestros amigos, son hombres hechos a los que la vida les sonríe.

13 comentaris:

Francesc ha dit...

Me ha emocionado el relato. Creo que transcribe muy bien el ambiente y la realidad de aquellas tierras y de esos niños.

Le pongo un Genial!!!

mireia ha dit...

¡A mi también me ha gustado mucho! Yo también me he preguntado muchas veces qué habrá sido de los niños y las niñas que conocí en As Mahotas, hace casi... ¡10 años!

David Monfil Cusó ha dit...

Un relat molt emotiu I amb final feliç.
Sempre hi veig alguna cosa de veridica en aquest tipus de histories.
Una arbraçada

Helencito ha dit...

Precioso relato y más aun sabiendo que la inocencia y generosidad de estos niños es tan sorprendente como real.
Motivos como éste son los que hacen que cada vez tengamos más ganas de visitar éste país.
Clara i Albert.

Retalls ha dit...

Moltes gràcies a tots pels vostres comentaris. Veig que un dia d'aquests haurem d'anar tots plegats al Moçambic, a buscar al Jefferson, el Joseph i als nens de As Mahotas. Podem portar al David Monfil per a que ens faci un bon document gràfic, fins i tot li podria servir com a reclam per a alguna agència: Return to Moçambique. Ja el veig, jejeje

Mireia.viatge365 ha dit...

jajajajajajajaja, m'heu fet riure tots molt!!!! Em pixo!!!!!
SOU UNS CRACKS!!!

Retalls ha dit...

Mireia.viatge365 : qui ets tu? :P Per cert, vols apuntar-te a un proper viatge al Moçambic?, jejeje

chus ha dit...

Emocionante!!!!!!!! Es de las noticias que se deben compartir. Sigue siendo díficil que se entienda la vida en África más allá de los desastres y la lástima!!
Gracias!!!!!!!!
Yo soy Chus y pertenezco a Adane Cantabria y además tengo la gran suerte de conocer a Dio.

Retalls ha dit...

Hola Chus, muy agradecido por tu cumplido. Yo no he conocido en persona a Dio pero, como puedes advertir, sí he oído hablar mucho de él. También conozco Adane (gracias sobretodo a Francesc) desde hace unos años, creo que desde el 2005. Es un placer poder ayudar un poquito hablando de vosotros en este relato. Un abrazo y de nuevo gracias

Jobove - Reus ha dit...

bon relat si senyor !!!

gràcies per tenir-me d'amic, poso el teu blog a la meva llista d'amics

salutacions des de Reus

Wambas ha dit...

Hola Telama....(aquest blog ho llegeixen nens), ja sabia que vindries ràpidament a veure qui nassos era "el papi Bene", jejeje.
Ja fa molt de temps que segueixo el teu blog, la majoria de coses estic molt d'acord, en algunes d'acord i en altres ho podríem discutir, jejeje, però ho considero un blog fantàstic i, a més, amb molt d'éxit.
Tot un honor estar a la teva llista de blogs amics
Salutacions

FEBE ha dit...

Siguete dedicando a esto Wambas, pues por lo menos ami si me llegó al corazoncito jaja, relato muy bello.

Wambas ha dit...

Muchas gracias, Febe. Saludos

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